Cuando murió Mao, el “Gran Timonel”, el culto a su personalidad desapareció. De modo que para preservar la existencia del Partido Comunista, Deng Xiaoping, muy pragmático, pensó que era el momento de abandonar el fracasado sistema económico comunista y dejar que los chinos se enriquecieran, rechazando así el componente económico del marxismo, más no el político.
Se le atribuye la frase: “No importa si un gato es negro o blanco, siempre que atrape ratones”, es decir, no importa que las empresas sean privadas o estatales, lo importante es que creen riqueza. También le atribuyen la frase: “Hacerse rico es glorioso“, pero en realidad lo que dijo fue que había que permitir que la gente se enriqueciera.
Bajo la idea de un “socialismo con características chinas”, a partir de 1979, Deng impulsó una serie de reformas económicas, centradas en la agricultura, la liberalización del sector privado, la modernización de la industria y la apertura de China al comercio exterior. El PCC decidió abrir el país a la inversión extranjera y permitir el funcionamiento de la empresa privada, privatizando la mayoría de las empresas estatales. Los capitales extranjeros fluyeron en una corriente interminable para aprovechar los pírricos salarios y los incentivos ofrecidos por el gobierno chino. Cienes de empresas se trasladaron a China desde Europa, Estados Unidos, Japón y otras economías desarrolladas, estableciéndose en zonas geográficas designadas por el gobierno, que se convirtieron en polos de desarrollo económico. Otras trasladaron ahí parte de sus operaciones. China se convirtió así en la “fábrica del mundo”
Se crearon millones de nuevos empleos en China, pero también desaparecieron muchos, ciertamente en menor cantidad, en los países desde donde se movieron las empresas. Rápidamente, las tecnologías importadas fueron copiadas –con ayuda del Estado- y así también se desarrollaron miles de empresas chinas. Al producir con menores costos, las empresas extranjeras con operaciones en China y las nacionales, pudieron vender más en el mercado internacional desplazando a buena parte de sus competidores. De esa forma, la economía creció durante décadas a tasas nunca vistas y sacó de la pobreza a cienes de millones de chinos, convirtiendo al país en la segunda economía mundial, por su tamaño.
Desde que China comenzó a abrirse y reformar su economía en 1978, el crecimiento del PIB ha promediado casi un 10 por ciento anual y más de 850 millones de personas han salido de la pobreza.
Hoy, China es un país de ingresos medianos altos y la segunda economía más grande del mundo. Pero su ingreso per cápita sigue siendo solo una cuarta parte del de los países de ingresos altos, y alrededor de 373 millones de chinos viven por debajo del umbral de pobreza de ingresos medios-altos de 5,50 dólares al día. China también está rezagada en productividad laboral y capital humano. La desigualdad de ingresos ha mejorado durante la última década, pero sigue siendo relativamente alta. El Banco Mundial en China
En 2018 el ingreso per cápita es de US$ 18,210, mucho menor a los US$ 46,304 de la zona del Euro y a los US$ 61,162 de América del Norte.
El sector privado es la fuente principal del crecimiento económico.
Según un artículo publicado por el Foro Económico Mundial: El sector privado de China, que se ha estado acelerando desde la crisis financiera mundial, ahora está sirviendo como el principal impulsor del crecimiento económico de China. La combinación de los números 60/70/80/90 se usa con frecuencia para describir la contribución del sector privado a la economía china: contribuyen con el 60% del PIB de China y son responsables del 70% de la innovación, el 80% del empleo urbano y proporcionan 90 % de nuevos empleos. La riqueza privada también es responsable del 70% de la inversión y del 90% de las exportaciones. Dr Rainer Zitelmann. “Here in China, Hardly Anyone Still Believes in Karl Marx’s Ideas.” — A Travelogue
“La expansión del alcance de los mercados y el creciente papel de las empresas privadas que operan en estos mercados ha sido una fuente importante (si no la principal) de crecimiento económico en la era de la reforma (Lardy 2014). El papel de los mercados en China ciertamente se ha expandido desde principios de los años ochenta. China ha pasado de un sistema en el que casi todos los precios importantes se establecieron administrativamente, con escasa atención a la oferta y la demanda subyacentes, a uno en el que los mercados determinan los precios de prácticamente todos los bienes y servicios y, más recientemente, también la mayoría de los factores de producción. . En este entorno cada vez más impulsado por el mercado, las empresas privadas se han convertido en la fuente dominante del crecimiento de la producción, el empleo y las exportaciones. Por otro lado, otros estudios han enfatizado la continua centralidad de la planificación estatal y las empresas controladas por el estado (Comisión de Revisión Económica y de Seguridad de EE. UU. Y China 2015).” Nicholas Lardy. The Changing Role of the Private Sector in China.
De modo que el milagro económico chino se debió fundamentalmente al flujo de la inversión y la tecnología extranjera, aprovechando los bajos salarios e incentivos, produciendo y vendiendo más barato al mercado internacional. Eso en cuanto a la economía se refiere.
El crecimiento chino les debe mucho a los inversores extranjeros (muchas veces chinos ellos mismos). ¿Por qué éstos prefieren China a India en una relación matemática de 12 a 1? Porque se enriquecen más rápido en China que en India: el Partido Comunista tramita rápidamente las formalidades, pone a disposición de los inversores masas de asalariados dóciles, no se preocupa ni por los derechos sociales ni por el medio ambiente. Es la ventaja de una administración autoritaria. En la India democrática, donde los ciudadanos tienen derechos, todo se torna por esto más lento. A largo plazo, India es más previsible que China, sin riesgo político mayor. Pero las ganancias rápidas se consiguen sólo en China. Guy Sorman. China: El Imperio de las Mentiras. 2012.
Las ganancias se aseguraban con costos de mano de obra más bajos, necesarios para inundar los mercados globales con menores precios. Lo de rápidas es discutible. Sin embargo, esa fue la zanahoria que el gobierno chino mostraba a los inversionistas. De hecho, con solamente crear más empleos, las empresas extranjeras estaban sacando de la pobreza a millones de chinos. Un buen trato de “ganar-ganar”, desde el punto de vista de los empresarios.
Abandonar el comunismo y adoptar reformas basadas en el mercado. Tales políticas han cumplido más objetivos humanitarios de lo que cualquier socialista o organización benéfica podría soñar.
… Sacar al gobierno del camino y permitir que las personas realicen negocios de la manera que consideren adecuada ha hecho más por China que cualquier programa gubernamental.
Una línea de tiempo proporcionada por Reuters demuestra lo que sucede cuando se introduce más libertad económica en China cuando señala
“1980: La ciudad sureña de Shenzhen se convierte en la primera” zona económica especial “en experimentar con políticas de mercado más flexibles y en cuestión de años se transforma de un pueblo de pescadores en una potencia de fabricación y envío”. Ethan Yang. Reflexionando sobre el comunismo después de 103 años.
Sin embargo, el crecimiento tiene su lado negativo.
En los últimos años, el crecimiento se ha moderado frente a las limitaciones estructurales, incluida la disminución del crecimiento de la población activa, la disminución de los rendimientos de la inversión y la desaceleración de la productividad. … China es el mayor emisor de gases de efecto invernadero y su contaminación del aire y el agua afecta a otros países. El Banco Mundial en China
Pero si se analizan los efectos en los trabajadores de las empresas que trasladaron sus operaciones, estos fueron nefastos para ellos. La contrapartida fue “una enorme oleada de desempleo y cierre de fábricas en Estados Unidos conocida como el “shock chino”. Los estados del llamado “cinturón de óxido” en Estados Unidos, el antiguo cinturón industrial que respaldó a Trump en 2016, se llevaron la peor parte.” asegura BBC News en “China es una amenaza mayor que la Unión Soviética”
Esta fue la causa para que los Estados Unidos impusieran mayores aranceles a las importaciones de China en 2018, iniciando una guerra comercial.
Sin embargo, mientras facilitaba la inversión extranjera, el gobierno chino paralelamente implementaba su verdadera estrategia de largo plazo: la apropiación de la tecnología extranjera para convertirse en una potencia tecnológica.
Según Daniel Kliman, hubo un alto precio que pagar para esas compañías: “China las ha forzado a entregarles su tecnología, su propiedad intelectual”, asegura.
“Hasta las empresas que no reubicaron su producción se dieron cuenta que, de alguna manera, China se apoderó de sus secretos comerciales. Los organismos de seguridad en EE.UU. tienen una larga lista de acusaciones contra individuos y compañías chinas por espionaje y piratería informática.
El director del FBI, Christopher Wray, recientemente informó al Congreso de EE.UU. que hay más de mil investigaciones en marcha sobre robo de propiedad intelectual a empresas estadounidenses que conducen a China.
El gobierno de EE.UU. estima que el valor total de la propiedad intelectual robada por China en solo cuatro años y hasta 2017 es de US$1,2 billones.
“Cuando las compañías se enteran de que sus patentes están siendo saqueadas, cuando sus productos son copiados con retroingeniería, cuando se apropian de sus procesos de investigación y desarrollo, cada vez más compañías concluyeron que asociarse con China no resultaba beneficioso y en realidad podría ser completamente negativo”, afirma.
Con fuentes en el seno del gobierno estadounidense, el analista económico Ray Bowen dice haber notado un cambio de parecer a finales de 2015. Las personas que antes habían abogado por estrechar los vínculos con China ven ahora con alarma lo rápido que el país asiático les alcanza.
Al mismo tiempo, en el Pentágono, el brigadier general Robert Spalding lideraba un equipo de personas que intentaban formular una nueva política de seguridad nacional para lidiar con el ascenso e influencia de China.
Ya retirado del Ejército, Spalding escribió un libro llamado “Stealth War, How China Took Over While America’s Elite Slept” (Guerra silenciosa. Cómo China tomó el poder mientras la élite estadounidense dormía”).
Cuando se le pregunta sobre la amenaza que plantea Pekín a los intereses de EE.UU., el general Spalding es claro: “Es la amenaza existencial más consecuente desde el partido nazi en la Segunda Guerra Mundial”.
“Creo que es una amenaza mucho mayor que lo que la Unión Soviética jamás pudo ser. Como la segunda economía del mundo, su alcance, particularmente dentro de los gobiernos y en todas las instituciones de Occidente, sobrepasa por mucho cualquier cosa que los soviéticos fueron capaces de lograr”. ” BBC News. “China es una amenaza mayor que la Unión Soviética”
Según el afamado columnista Fareed Zakaria, en un artículo del 24 de octubre de 2019, “China ha sido la segunda mejor fuente de vitalidad económica del mundo, detrás de Estados Unidos. Pero desde que Xi Jinping ascendió a la presidencia en 2013, el país se ha alejado de las reformas clave del mercado. Nicholas Lardy, del Instituto Peterson, ha demostrado que, en los últimos años, Beijing ha prodigado crédito y apoyo a empresas estatales y hambreado al sector privado de recursos. El resultado, concluye Lardy, ha sido una desaceleración significativa en el crecimiento chino, que está empeorando. Y China es tan grande ahora que su desaceleración tiene efectos expansivos lejos de sus fronteras. Una razón principal de los problemas de Alemania es la caída de la demanda china de sus productos.” Esto, indudablemente, también ha repercutido en América Latina.
El PCC conservó el legado marxista-leninista del monopolio del poder, y su papel de conductor del pensamiento y la acción de los individuos de la sociedad para someterlos a su visión totalitaria y mantener así los privilegios de la élite partidaria.
Ahora es necesario echar una mirada a lo que ha pasado en la sociedad, especialmente a la vida de los individuos, en un relato de Guy Sorman.
“De viaje por China, tres siglos después de que arribaran los jesuitas fundadores, los escritores Roland Barthes, Philippe Sollers, Jacques Lacan, entre muchos otros de su tribu, lograron no ver nada. En plena guerra civil, llamada “Gran Revolución Cultural”, Maria-Antonietta Macciocchi, que pasaba por una autoridad intelectual en Italia y en Francia, escribió: “Luego de tres años de desorden, la Revolución Cultural inaugurará mil años de felicidad”. Los nuevos filósofos, como Guy Lardreau y Christian Jambet, vieron en Mao una resurrección de Cristo y en el Pequeño libro rojo, una reedición de los Evangelios; su enfoque metafórico del maoísmo era la exacta simetría de la interpretación del confucianismo que habían hecho los jesuitas, un viaje de retorno de lo imaginario. Jean-Paul Sartre, siempre sensible a la estética de la violencia, fue evidentemente maoísta sin ni siquiera tener la necesidad de ir a China. “Un tonto sabio es más tonto que un tonto ignorante”, escribió Molière. No fueron todos ingenuos en esta segunda “invención” de China. En esos mismos años de 1970, el escritor belga Pierre Ryckmans, alias Simon Leys, y René Viénet, cineasta y autor del film Chinois, encore un effort pour être révolutionnaires! (un decálogo en imágenes de la propaganda maoísta), observaban, entre otros indicios, que los cadáveres atados unos a los otros que arrastraba el río de las Perlas llegaban hasta la bahía de Hong Kong. No hicieron falta informaciones escritas sobre las masacres para aquellos que querían consultarlas; pero ellos conocían la China real, lo que volvía sus propósitos y sus denuncias del maoísmo menos inoportunos que las fantasías jesuítico-izquierdistas. En 1971, René Viénet y Chang Hing-ho publicaban en su colección, la “Biblioteca asiática”, Les Habits neufs du président Mao de Simon Leys, que se convirtió en un clásico del análisis de la dictadura maoísta. Como en los tiempos del gulag soviético y de los campos de concentración nazis, era imposible ignorar los crímenes maoístas en el mismo instante en que se los cometía.
Sin duda hacía falta ser maoísta en los años setenta, como se fue, en la Europa del siglo XVIII, adicto a la chinoiserie (una moda inocente), y a mediados del siglo XX, compañero de ruta del estalinismo. De nuevo hoy, sin haber cambiado mucho nada, vemos la tercera “invención” de China.
Las delegaciones de los hombres de Estado y de los hombres de negocios que se suceden en Pekín, ¿ven mejor a China que los jesuitas de anteayer y que los intelectuales progresistas de ayer? No es para nada seguro. El interés los motiva, así como el provecho y la razón de Estado, … Un cierto asombro se apodera siempre de las delegaciones occidentales que llegan a Pekín, que fomentan los huéspedes comunistas, expertos en la escenificación del recibimiento tal como lo hacían los emperadores y Mao Zedong. Uno se queda perplejo ante esa abdicación del espíritu crítico de los oficiales occidentales en China: este país no es más “exótico” que África o India, y desde una veintena de años, lo es menos.
Pero la Gran China de fantasía todavía oculta a la China real. Las delegaciones actuales, como los jesuitas de anteayer, sólo tratan con la corte y sus mandarines; los de hoy son sólo menos refinados que sus predecesores: los dirigentes comunistas son brutales en su manera de ser y de dirigir el país. Para el visitante, en la China real, que es vasta, existen regiones prohibidas, informaciones censuradas, los interlocutores son reticentes o están bajo control. Se les permite a los chinos expresarse a título personal, criticar el régimen, a condición de que esta información no circule y que no se organice, que no se sistematice. Toda organización no comercial, cualquiera sea el motivo, social, religioso, cultural, está prohibida por el Partido Comunista; los promotores de las organizaciones a menudo son enviados a prisión sin que siquiera se les conceda un juicio. La China real, la que habitan los chinos, está en manos de un Partido siempre totalitario, de sus oficinas de Seguridad, de su departamento de Propaganda. Ésta es por lejos la administración más eficaz con la que cuenta el país. Los extranjeros consumen lo que ella administra: estadísticas económicas inverificables, elecciones fraudulentas, epidemias disimuladas, pretendida paz social, pretendida ausencia de toda aspiración a la democracia…
¿Qué piensan los chinos, el 95 por ciento que no integra el Partido Comunista, los millones y millones que siguen siendo libres de espíritu y campesinos pobres? En un país totalitario, no se puede medir la insatisfacción, la oposición, el odio hacia el Partido. Pero está permitido ir al encuentro de individuos con el enorme coraje de expresar su anhelo de libertad: y eso hemos hecho; la investigación tiene sus riesgos, pero no es imposible. Otros se han consagrado a esto, periodistas, sociólogos, economistas, y llegaron a la misma conclusión: a los chinos no les gusta el Partido Comunista, la inmensa mayoría prefiere otro régimen menos corrupto, más igualitario. La proporción de quienes sacan provecho del desarrollo económico es tan poca que la gran masa de los chinos manifiesta un sentimiento de profunda injusticia, más poderoso que la esperanza en el progreso individual.
… A estos hombres y mujeres que aman la libertad —a quienes di un lugar de privilegio en esta investigación—, la colusión de los gobiernos occidentales con el Partido Comunista les resulta incomprensible. ¿Cómo es posible —me preguntan muchas veces— que hayan olvidado tan rápido la masacre de Tiananmen? A las familias no les dieron ni siquiera los cuerpos de las víctimas. ¿Dudamos un instante de que el Partido, si se sintiera amenazado, recurriría de nuevo al ejército? ¿Sabemos nosotros que por todas partes de China hay revueltas de agricultores en los campos, y de obreros en las fábricas, en contra del Partido? ¿Ignoramos que las religiones son reprimidas, que miles de sacerdotes, pastores y fieles de tal o cual culto son internados sin juicio previo en “centros de reeducación por el trabajo”? ¿Somos sensibles o no al abandono sin ningún tipo de cuidado de centenares de miles de víctimas del sida, a la suerte de los millones de jóvenes campesinas condenadas a la prostitución para —entre otras cosas— atraer a los inversores extranjeros? ¿Cómo interpretamos la emigración, todos los años, de millones de chinos, desde los más educados hasta aquellos de educación rudimentaria? ¿Conocemos el número, en millones de divisas, que los dirigentes del Partido roban a los trabajadores chinos para invertir en el extranjero y vivir fuera de China, donde a menudo ya se encuentran sus familias anticipándose a un golpe de Estado?
Sería incorrecto esquivar estos interrogantes, bajo la ficción de que se trata de asuntos interiores de China, ya que el destino de este país depende en gran parte de las decisiones tomadas en Occidente: sin las inversiones extranjeras, sin la importación de productos chinos, el desarrollo económico del país se vería interrumpido; el 60 por ciento de las exportaciones de China se efectúa por intermedio de empresas extranjeras; la supervivencia del Partido Comunista es tributaria de la relación privilegiada que tiene con quienes deciden en Occidente. Esto explica la energía que pone el Departamento de Propaganda en seducir a la opinión pública en Occidente o en comprarla.
,,, Pero el pueblo sabe cuántas cosas siguen estando en manos del Partido, cuántas están expuestas a los humores y las luchas de los dirigentes y las facciones; en el vecindario, el pueblo, la empresa, todo individuo sigue a merced del pequeño jefe local. Si los chinos pudieran, arrojarían a estos apparatchiks al cubo de basura de la Historia. No pueden hacerlo, aunque algunos sin embargo lo dicen, y esto exige de su parte un coraje inaudito.
…el Partido chino se convirtió en una dinastía no hereditaria donde las generaciones se suceden ahora sin violencia; ha llegado también a cambiar su base, pasando sin perturbación de la utopía al desarrollo, del militantismo a la tecnocracia, mejorando en el proceso sus capacidades de gestión de la economía, de la defensa nacional y de los movimientos sociales. Guy Sorman. China: El Imperio de las Mentiras. 2012.
Un artículo de BBC Mundo informa sobre la intervención en la economía del “capitalismo estatal” chino:
“Económicamente China hoy está más cerca del capitalismo que del comunismo”, dice a BBC Mundo Kelsey Broderick, analista experta en China de la consultora Eurasia Group.
“Es una sociedad de consumo, lo que es totalmente opuesto al comunismo”, opina.
Sin embargo, Broderick advierte que, aunque a primera vista la economía china parece completamente capitalista, “si remueves la primera capa, puedes sentir la pesada mano del Partido“.
La “mano invisible” del PCCh está en todos los aspectos de la economía. Aunque las capas más bajas funcionan de manera más cercana al capitalismo, el control es definitivamente más visible en lo alto de la pirámide económica: el Estado determina, por ejemplo, el precio del yuan y quién puede comprar divisas.
Es el que controla las empresas más grandes del país, que manejan los recursos naturales.También es oficialmente el dueño de toda la tierra, aunque en la práctica las personas pueden poseer propiedades privadas. Y controla el sistema bancario, por lo que decide a quién se le otorga préstamos.
Incluso las empresas privadas chinas deben someterse a inspecciones estatales y tienen “comités partidarios que pueden influenciar la toma de decisiones”, cuenta Broderick.
Esto último también ocurre con algunas firmas extranjeras, en el caso de que tengan tres o más miembros del PCCh empleados (una situación no poco común teniendo en cuenta que la formación tiene casi 90 millones de miembros).
Según el gobierno de Donald Trump, China utiliza a su principal empresa privada para espiar a otros países, acusación que Huawei rechaza. Este borroso límite entre lo privado y lo estatal está detrás de la controversia que hoy afecta a Huawei, luego de que EE.UU. acusara a la empresa privada más grande de China de ser un frente para el espionaje estatal (algo que la compañía niega).
Estos rasgos socialistas que aún persisten en el modelo económico chino, y que han llevado a que muchos analistas lo tilden de “capitalismo estatal”, también han exacerbado la guerra comercial entre China y EE.UU.
Si bien el conflicto se centra en la balanza comercial, muy inclinada a favor de Pekín, Washington y otros socios comerciales de China reclaman por las enormes ayudas estatales que reciben las empresas privadas chinas, y que las ponen en ventaja con respecto a sus rivales internacionales.
“Las empresas privadas chinas tienen una doble ventaja: toman créditos de bancos públicos y reciben subsidios energéticos de las empresas estatales que controlan toda la producción de energía del país”, señala el periodista y analista internacional Diego Laje.
Laje, quien fue presentador en la Televisión Central de China (CCTV) en Pekín y corresponsal para Asia de la cadena estadounidense CNN, considera que China “no se puede llamar capitalista porque no cumple con los requisitos y compromisos de la Organización Mundial del Comercio (OMC)”, a la que se adhirió en 2001 y que aún no lo reconoce como “economía de mercado”. ¿Cuán comunista es realmente China hoy?
El mismo artículo de BBC Mundo habla del fortalecimiento del sistema político comunista en China.
Fraser Howie, coautor del libro “Capitalismo Rojo: las frágiles bases financieras del extraordinario crecimiento de China”, advierte que el mandatario chino se está alejando del capitalismo.
“Xi quiere que un Estado fuerte esté a cargo. Simplemente no cree en las fuerzas del mercado como una solución a los problemas, ni ve ningún espacio en el que el Partido Comunista no pueda o no deba intervenir”, dijo al diario South China Morning Post (SCMP), el principal periódico en inglés de Hong Kong.
“Están aumentando los niveles de represión y control y se ha perfeccionado la tecnología para que hoy China sea un Estado policial perfecto“, considera.
El columnista del SCMP Cary Huang afirma que Xi se muestra como un “defensor del libre mercado y la globalización económica” en el exterior, pero “en su país de origen lidera una campaña para adoctrinar a la nación con ideologías de marxismo, leninismo y Mao”.
Según Huang, el presidente chino ha logrado convertirse en un “sabio espiritual del comunismo, a la par de Mao y superior a Deng” y su “entusiasmo por la ortodoxia comunista” podría tener que ver con sus deseos de “justificar lo que probablemente termine siendo un gobierno de por vida, de estilo monárquico” ¿Cuán comunista es realmente China hoy?
Otro artículo de BBC Mundo se refiere a lo expresado por el economista János Kornai, uno de los asesores para la reforma económica china:
En una reciente carta abierta publicada en el diario Financial Times, Kornai señaló a los economistas occidentales como responsables de la “pesadilla” en la que se ha convertido el modelo económico y social chino que lidera el presidente Xi Jinping, al que acusa de tener un estilo de hacer las cosas de “reminiscencias estalinistas”.
En esa columna, Kornai denunció que los juicios amañados se extienden en China, que cualquier prisionero puede ser torturado y que las ejecuciones son de nuevo muy comunes en el país.
“Muchos de nosotros todavía cargamos con la responsabilidad moral de no haber protestado contra la resurrección del monstruo chino, o incluso peor, por haber tenido un papel activo como asesores”, escribió el profesor, que fue clave en las reformas chinas de los años 80.
Kornai cree que los economistas que ayudaron a China en el pasado fueron como ese doctor Frankenstein que en la novela de la escritora inglesa Mary Shelley resucita de la muerte al “engendro”.
En una entrevista con BBC Mundo, el economista afirma que ese “monstruo” se ha ido revelando poco a poco y es ahora, “cuando el nuevo régimen, de línea dura, llegó al poder” o cuando China “cambió la ley para que Xi Jinping pudiera permanecer en el poder el resto de su vida”, cuando vemos claramente el rumbo que ha adoptado la segunda economía del mundo.
Para el profesor, una de las cosas que han vuelto más peligrosas a China es que sus “líderes han anunciado que están regresando al antiguo sistema totalitario. Abogan, como su propio eslogan indica, por: ‘¡Larga vida al partido de Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao y Xi!'”.
“A lo que tenemos que prestar atención es a la dinámica del proceso y si es negativo o positivo: un drástico endurecimiento ha sustituido a la lenta moderación política. Si un liderazgo es tan feroz, puede hacer lo que le plazca. En consecuencia, China reclama para sí la hegemonía mundial”, le cuenta Kornai a BBC Mundo.
“China no se conformará con ser una de las principales potencias. Sus líderes están tratando de dominar el mundo”. BBC Mundo. ” China no se conforma con ser una de las principales potencias, está tratando de dominar el mundo
Arturo J. Solórzano A.
Diciembre, 2019