No cabe duda que es un buen calificativo para Nicaragua, pues si hay algo en que el país ha destacado en el nivel internacional es su fecundidad en la producción de poetas. Sin embargo, carecemos como nación de personalidades que hayan podido ser motivo de igual orgullo y gloria para el país en los campos de la ciencia y de la técnica.
Arturo J. Solórzano. Septiembre 2006.
No cabe duda que es un buen calificativo para Nicaragua, pues si hay algo en que el país ha destacado en el nivel internacional es su fecundidad en la producción de poetas. En las escuelas nos enseñan desde niños a admirar y sentirnos orgullosos de las obras de nuestros poetas. Sus biografías y las obras principales son tema de estudio obligatorio.
No habría nada de malo en ello si no fuera por que exaltamos a nuestros poetas más famosos –como también a músicos, pintores, literatos y deportistas- como un motivo de orgullo y gloria para los nicaragüenses, sin hacer notar, al mismo tiempo, que carecemos como nación de personalidades que hayan podido ser motivo de orgullo y gloria para el país en los campos de la ciencia y de la técnica.
Nicaragua no ha sido capaz de producir, ya no digamos genios que revolucionen la ciencia, como Darío revolucionó la poesía, los cuales son muy raros en el mundo; pero al menos un premio Nóbel en alguna de las ciencias, también escasos pero más numerosos; o personas que hayan inventado alguna de las miles de innovaciones que han cambiado el mundo en los últimos siglos, los cuales se cuentan por legiones.
Los países que han contado con la mayor cantidad de inventores en estos campos, o que han aplicado las innovaciones para mejorar los variados aspectos de la economía y la sociedad, hoy se encuentran entre los más desarrollados del mundo. Por el contrario, no se conoce de ningún país que se haya desarrollado con la poesía.
Se ignora esta realidad soslayándola y casi ocultándola, pues es una vergüenza hablar de ello. En su lugar, hablamos con orgullo de la prolífica producción lírica o artística de aquellos que han logrado destacar en estas artes, para tapar y compensar nuestro fracaso como nación en producir creaciones que tienen un impacto positivo en el nivel de vida de los ciudadanos.
Este fracaso tiene profundas raíces que se hunden en la historia. Los orígenes de esta situación están inmersos en la cultura que heredamos, en parte de los españoles, practicantes de una cultura que mantuvo a España y Portugal como las naciones mas atrasadas de Europa Occidental hasta hace unas décadas, y en parte de los pueblos indígenas americanos, otra cultura aún más primitiva que la de los ibéricos que colonizaron estas tierras. El desdeño de los españoles por la innovación -incluida su clase intelectual- desde los tiempos de la Revolución Industrial la resumió Ortega y Gasset en la frase “que inventen ellos”, refiriéndose a la respuesta que los nobles españoles daban a la escasa innovación en España versus la prolífica inventiva en los países del norte de Europa, y que tácitamente lleva a concluir: y nosotros nos limitamos a gozar de sus inventos.
Ephraim Squier pudo notar, con ojos de extranjero capaces de comparar, la futilidad de la educación que se daba a los nicaragüenses en la segunda parte del siglo XIX. Squier señala que habían varias escuelas de educación superior donde se enseñaba Latín con métodos anacrónicos. Los resultados prácticos no importaban, lo importante era decir que el señor fulano de tal había estudiado ese lenguaje por tantos años. Por entonces el país ya contaba con “Universidades” en León y Granada en las cuales Squier anota que: “se estudiaba Español y gramática Latina, filosofía, leyes civiles y canónicas, y teología. … El método de estudio no era del todo práctico. Todas las materias eran abstractas, por tanto, nunca forjaron en los estudiantes el carácter firme y las ideas liberales que eran el producto del conocimiento de las condiciones y relaciones mundiales, por medio del estudio de las ciencias modernas, tales como geografía, química, mineralogía, matemáticas, ingeniería, etc.”
Este tipo de educación continuó durante buena parte del siglo pasado y sus prácticas y jerarquía de prioridades aún deja sentir su influencia en el sistema educativo en todos sus niveles. Los profesores continúan presentando a nuestros niños y jóvenes como modelos a seguir a los poetas, mientras se villaniza al empresario y se desprecian las ocupaciones técnicas.
Los resultados están a la vista: estudiantes deficientemente preparados para integrarse a la vida laboral, universidades desvinculadas de la realidad económica y social e incapaces de aportar al desarrollo económico del país y casi cero producción científica.
La poesía y el arte literario, la pintura, la escultura, la música, y otras artes son necesarias para cultivar el espíritu. Podemos disfrutar de ellas cuando tenemos nuestras necesidades básicas –alimentación, techo, salud, educación, seguridad- satisfechas. Lamentablemente, gran parte de nuestros ciudadanos aún no las tienen satisfechas. La prioridad debe ser solucionar este problema y no es con más poetas que vamos a lograrlo, sino con más personas mejor preparadas para ser empresarios, profesionales, técnicos, investigadores que produzcan los bienes y servicios, los empleos y los ingresos que satisfacen las necesidades mencionadas y elevan el nivel de vida de la población.
En lugar de hacer más monumentos a poetas como algunos proponen, deberíamos de hacer monumentos a empresarios, inventores, científicos y pensadores que han contribuido a mejorar la calidad de vida de los pueblos. De esa manera estaríamos reconociendo el aporte que han hecho a la sociedad y promoviendo modelos a seguir para la juventud. Así también estaríamos dando un paso en la dirección correcta para dejar de ser conocidos únicamente como “la nación de los poetas”.
P.D. Este artículo ha sido escrito corriendo el riesgo de enojar a los poetas y admiradores de la poesía, lo cual está lejos de mi intención. Mis disculpas en caso así sea.