“Estoy convencido de que las circunstancias geográficas más afortunadas y las mejores leyes no pueden mantener una constitución a pesar de las costumbres, mientras que estas últimas pueden sacar ventaja incluso de las circunstancias más desfavorables y las peores leyes. La importancia de las costumbres es una verdad universal a la que el estudio y la experiencia nos traen continuamente de vuelta.” Alexis de Tocqueville. Democracy in América.
Alexis de Tocqueville (1805–1859) se refería así a sus conclusiones al comparar las leyes y costumbres de su Francia aristocrática natal con las de los democráticos Estados Unidos de América. Su investigación en el terreno, aunque iba dirigida a otros fines específicos –el sistema de prisiones- le permitió descubrir que muchas de las creencias, actitudes y valores eran diferentes a las que imperaban en Francia, y que son éstas, la cultura, más que las leyes o las circunstancias geográficas, determinantes para la democracia.
Destacados estudiosos del desarrollo económico han otorgado un papel fundamental a la cultura como factor determinante en el desarrollo de los países. La larga historia de este debate puede trazarse tan lejos como la existencia de la historia escrita. Entre los principales exponentes del enfoque cultural están Max Weber, Francis Fukuyama, David Landes, Samuel Huntington, Robert Putnam, Lawrence Harrison, Lucian Pye y Howard Wiarda. En la actualidad se pueden distinguir dos corrientes principales: las que niegan su influencia y las que la toman en cuenta.
En un artículo de mi blog
“El factor cultural como explicación del desarrollo económico” desarrollo lo que dicen los intelectuales y agrego resultados de estudios que evidencian esa indiscutible relación entre valores culturales (creencias, comportamientos y costumbres) y el desarrollo económico y social de un país, incluyendo las infaltables referencias y comparaciones.
Hay valores culturales que promueven el progreso (como integridad moral, honestidad, responsabilidad individual, planificación del futuro) y otros que lo frenan (los contrarios a los mencionados) que producen diferentes resultados en la actitud frente al trabajo y al mérito, la actitud ante el riesgo, la actitud frente a las leyes, y en general, el comportamiento que tenemos en las relaciones personales, de negocios, políticas y sociales.
Tales valores determinan el éxito o el fracaso, tanto en el nivel personal como en el de la sociedad. Y cuando hablo de éxito y fracaso, no solamente es el económico.
Para ilustrar esto tomemos uno de los graves problemas que reiteradamente se mencionan como causantes de gran parte de las desgracias que enfrentamos como país: la corrupción, un cáncer que corrompe a la sociedad.
La corrupción es un cáncer que corroe a la sociedad y le extrae recursos para el enriquecimiento ilícito de unos cuantos que se coluden para obtener ventajas exclusivas.
¿Cómo nace la corrupción, a qué se debe? Es un fenómeno complejo, pero puede reducirse a la práctica de valores culturales que conducen a la corrupción como una salida alternativa o a veces obligatoria en un sistema social que la promueve.
Todo parte de la falta de integridad moral, particularmente de la deshonestidad, entendida esta como el hábito de mentir, de engañar, fingir, falsificar, disimular, traicionar o tomar ventaja injusta.
En “La Influencia de los Valores Culturales en las Empresas” entro en mayor detalle sobre el tema de cómo los valores culturales que prevalecen en la sociedad, de la cual son parte los empresarios, tienen un efecto determinante en la competitividad y el desarrollo de las empresas y son los responsables de su desempeño inferior, comparado al de las empresas en los países que han logrado desarrollarse, impactando negativamente el desarrollo económico y social de las economías latinoamericanas.
La influencia del marxismo
Otra influencia dañina ha sido el marxismo, aunque sus teorías no son muy creíbles entre los empresarios, pero sí entre los trabajadores. Según esa corriente, los ricos lo son porque le han quitado el fruto de su trabajo a los trabajadores y por eso estos son pobres. Un juego de suma cero que se aplica a las personas y se extrapola a las relaciones entre los países: hay países ricos porque han robado su riqueza a los que son pobres.
La teoría de la dependencia, que presentaba a América Latina y otros países de la “periferia” del sistema capitalista como una víctima de los países ricos y desarrollados del “centro” no hizo más que reforzar el fatalismo con un análisis falso que intentaba culpar a otros de nuestros propios fracasos e incapacidades, producto de los vicios y valores culturales prevalecientes. Ver Colonialismo y Dependencia.
La teoría marxista de la explotación del trabajo asalariado ha sido demostrada por muchos renombrados economistas como una falacia. La literatura disponible es extensiva. No existe tal explotación sistémica. Puede darse explotación en casos específicos, como seguramente todavía existen. Pero decir que en el sistema capitalista el empresario explota al trabajador es algo que no resiste el análisis económico. Las ganancias no son producto de la explotación de los trabajadores, sino del valor que los consumidores asignan a los bienes y servicios con sus decisiones de compra. También hay que recordar que en las empresas no siempre hay ganancias, pueden haber también pérdidas.
Pero aunque todos los economistas posteriores hayan rebatido y mostrado la falsedad de la doctrina marxista, la tesis marxista de la explotación sigue teniendo un atractivo para los que no comprenden el funcionamiento económico y para todos aquellos que ingenuamente creen que los ricos son ricos por explotar a los pobres. Ya forma parte de las creencias arraigadas en muchas personas y es parte de sus valores culturales.
Desde la antigüedad ha habido líderes que saben perfectamente que la manera de alcanzar y mantener el poder es diciendo a la gente lo que quieren oir, por irreal o inalcanzable que sea. Expertos en el marketing político. El populista se dirige a las masas, a los pobres que son la mayoría, ofreciendo acabar con la miseria, acabando con los supuestos causantes de la misma, la minoría más pudiente, identificada como el enemigo. Para los comunistas el enemigo es la burguesía. Para los nazis fueron los judíos. En otros casos, se escogen “enemigos” externos. Las masas, en su mayoría ignorantes y con bajo nivel de confianza en sus capacidades individuales, acogen los cantos de sirena del populista como una tabla de salvación.
La popularidad del líder se basa entonces en su capacidad de convencer a las masas de que la solución para todos sus males es destruir al enemigo. Destruido éste, todo vendrá por añadidura: la riqueza, la abundancia, la felicidad.
Marx fue un maestro del populismo. Alumnos aventajados como Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Castro o Chávez en la línea socialista, y otros como Hitler o Mussolini en la fascista, siguieron la misma estrategia para erigirse en dictadores totalitarios. Todos prometieron a las masas traer el cielo a la tierra destruyendo a los identificados como enemigos y erigieron al Estado como el instrumento central para llevar a cabo sus propósitos.
La revolución cubana en 1959 y la nicaragüense en 1979 fueron inspiradas en el marxismo. Aunque disfrazaron su ideología como una lucha popular contra dictaduras, una vez alcanzado el poder se deshicieron de sus aliados democráticos e instauraron regímenes autoritarios demoliendo las instituciones democráticas. Muchos movimientos guerrilleros en Latinoamérica fueron también inspirados en la doctrina marxista y ayudados por Cuba.
Los políticos llevan los vicios de la sociedad al Estado. Los valores culturales que practican son, generalmente, los que se practican en los segmentos más atrasados de la sociedad. Hay que recordar que el político, y en eso se parecen al intelectual, es aquel que no ha podido tener éxito procurándose su propio ingreso, como el empresario, el campesino, o el dueño de un pequeño negocio informal. Estos últimos se interesan poco por la política. El político, en su carrera hacia el poder, busca asegurarse una fuente de ingresos y de riqueza que de otra manera no puede obtener.
Son capaces de vender sus conciencias porque la alternativa a la honestidad es quedarse sin trabajo y “la calle está dura”.
Una vez que llegan al poder, se rodean de sus más fieles seguidores. Designan en los más altos puestos no a los más idóneos para ellos, sino a los que considera más leales, a aquellos que han contribuido a llevarlos al poder, a los que deben favores o que han contribuido con dinero a su campaña política, y a menudo a familiares y amigos cercanos, no importa si tienen méritos para ocupar dichos puestos. Son nombrados ministros, secretarios, directores, magistrados o presidentes de entidades públicas.
Pronto piden nuevos vehículos para transportarse, escoltas, asesores, asistentes, secretarias y remodelar sus oficinas. Piensan que se lo merecen después de años de estar en la llanura.
Estos, a su vez, hacen lo mismo en las dependencias estatales que administran. Si los puestos están ocupados, no faltará un sinfín de pretextos para despedir a los que los ocupaban antes de su llegada, no importando si se trata de personal calificado o idóneo para los puestos. Si es un partido político antagónico el que gobernaba anteriormente, la “barrida” de empleados públicos es general. Hay que dar empleo a los militantes del partido y simpatizantes y privar del empleo a los adversarios, a veces considerados como “enemigos”.
También hay que dar empleo a los familiares y a los amigos. El nepotismo se vuelve rampante. El resultado es que entonces el Estado se llena de un ejército de funcionarios y empleados públicos sin experiencia ni calificación y que de lo que menos se ocupan y preocupan es de servir a los ciudadanos, porque antes deben ocuparse y preocuparse de servir y agradar a sus jefes, ya que gracias a ellos tienen empleo y hay que conservarlo a toda costa porque “la calle está dura”.
Los puestos son limitados y la demanda por conseguir un puesto en el Estado es fuerte –el sector privado formal en América Latina no crea los suficientes puestos para los cienes de miles o millones de personas que cada año se incorporan a la fuerza laboral- de modo que se inventan nuevos puestos para atender la demanda de los que reclaman que no se les benefició con empleo al inicio de la toma del poder. El gasto estatal sigue aumentando para satisfacer tales demandas. Y si no es posible contratar a más personas, se recurre al conocido expediente del cheque cobrado sin presencia en el trabajo –los empleados fantasmas-. Como escribieron Mendoza et. al “El Estado no tiene dolientes: quienes manejan el dinero de los contribuyentes, en América Latina, parten de la base de que al ser ese dinero de todos no es de nadie, y por consiguiente se puede repartir o vender alegremente si con ello se consiguen votos”. Aquí decimos “lo que no nos cuesta hagámoslo fiesta”.
Y así, el resultado es que vemos las deficiencias en la atención pública en salud, la pésima calidad de la educación en las escuelas, colegios, institutos y universidades públicas, lo engorroso, lento y a veces incomprensible de los requisitos para realizar trámites gubernamentales, la lentitud de la policía y la justicia para resolver crímenes y disputas
Pero la demanda de obtener un beneficio del Estado nunca se satisface, por la misma razón de que la plata del Estado no tiene un dueño. A las oficinas de los altos funcionarios del Estado, ya no digamos del Presidente, fluye una fila de gente buscando algún tipo de beneficio.
Empresarios buscando favoritismo para vender algo al inmenso sistema de compras públicas o arreglos bajo la mesa para ganar licitaciones de proyectos de obras públicas o protección frente a la competencia de bienes y servicios importados. Amistades, simpatizantes partidarios o recomendados buscando preferencia en los beneficios de algún programa estatal o para contratación en una licitación de consultoría. A veces la orden llega “desde arriba” o por la intercesión de otro alto funcionario.
Así, las licitaciones públicas son un remedo. De antemano está seleccionado el ganador. Como resultado, las compras y obras públicas alcanzan un costo mayor del que normalmente tendría, pues un porcentaje adicional queda en el bolsillo del proveedor y otra en el bolsillo del funcionario. La calidad de las mismas es muchas veces inferior y el tiempo para realizarlas también se alarga.
La teoría de la elección pública estudia los fallos del Estado en su dinámica para administrar los recursos públicos, los políticos buscan cumplir sus propios intereses y solo como objetivo secundario buscan el bien social. Los grupos de interés tienen influencia en la distribución del gasto público.
Las evidencias de que el Estado en América Latina es un gran despilfarrador de recursos salieron a luz con la publicación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de su informe insignia “Mejor Gasto para Mejores Vidas. Cómo América Latina y el Caribe puede hacer más con menos” (2018) que muestra que cada año, la ineficiencia en el gasto de los Gobiernos de América Latina y el Caribe genera un despilfarro total de 220.000 millones de dólares, el equivalente a un 4,4% del PIB. «Esa cifra, bien invertida, sería suficiente para acabar con la pobreza extrema en la región» asegura Alejandro Izquierdo, economista jefe del BID.
El despilfarro de recursos no es más que una contabilización de la corrupción gubernamental.
Resumiendo, los valores, creencias, actitudes y comportamientos de las personas, en una palabra, la cultura, determina la manera en que se conducen los negocios, resultando en limitaciones de diverso tipo para el crecimiento y desarrollo de las empresas, como hemos visto: limitaciones de tamaño, de vinculaciones inter-empresariales, de eficiencia y de competitividad. La cultura de los individuos determina el modelo empresarial prevaleciente, generando distorsiones y obstáculos para el desarrollo económico y social.
En el caso de América Latina, el factor cultural, valores y actitudes que se interponen en el camino del progreso, ha tenido un peso determinante en su desarrollo económico y social. Los pueblos latinoamericanos, acostumbrados desde antes de la Colonia al autoritarismo y al poder discrecional de los gobernantes, y luego a la visión mercantilista de suma cero de la economía, al incipiente desarrollo del mercado, a la prevalencia de estructuras económicas oligárquicas, colusivas y corruptas, y un nivel muy bajo de educación en las mayorías, fue presa fácil de los cantos de sirena de líderes políticos que les prometían el cielo en la tierra, para lo cual en muchos casos vendieron sus libertades a cambio de dádivas y de la protección de dictadores y Estados “benefactores”.
Así surgieron y se impusieron por mucho tiempo las dictaduras de izquierda y derecha que asolaron el continente en el siglo XX, regresando de nuevo más recientemente con las dictaduras y regímenes populistas del autonombrado “Socialismo del siglo XXI”.
Arturo J. Solórzano A.
Octubre de 2020
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