Howard J. Wiarda, en su obra “Cultura política, ciencia política y política de identidad” (2014) define la “cultura política” como “las ideas, creencias, valores y orientaciones conductuales profundamente arraigadas que las personas tienen, o llevan en sus cabezas, hacia el sistema político.” Esta definición está más cerca del significado que entendemos cuando hablamos del “factor cultural” como explicación del desarrollo económico.
Wiarda resume su tesis sobre la cultura como factor clave en los siguientes párrafos. En lo fundamental, es similar a la tesis defendida por Lawrence Harrison:
En la literatura analizada en este libro, y en la literatura sobre desarrollo nacional, se hace evidente que la cultura es una de las principales claves del éxito. No la clave necesariamente, aunque algunos de nuestros autores lo argumentan, pero es una clave esencial. Además, diría, con la geografía, los recursos, el medio ambiente, la estructura social y las instituciones como las otras claves. Si preguntamos, por ejemplo, por qué Europa y América del Norte avanzaron en los primeros tiempos modernos, la respuesta es, principalmente, la cultura: la revolución de la ciencia, la imprenta, el estado de derecho, la libertad económica y política, el individualismo y el espíritu empresarial, y Gobierno pluralista y representativo.
Si preguntamos por qué, en la última mitad del siglo XX, Asia Oriental se adelantó a otras áreas en desarrollo (África, América Latina y Medio Oriente), la respuesta nuevamente es, en gran parte, la cultura: la ética del trabajo duro, el honor familiar, la educación y salir adelante que son parte de la cultura confuciana de la sociedad china ahora se extienden a otras partes de Asia.
Del mismo modo, si preguntamos por qué algunos países y áreas (Haití, África subsahariana, el Medio Oriente árabe y el sudeste asiático) se han quedado atrás, la respuesta nuevamente es la cultura: la ausencia de una cultura que apoye el desarrollo. La cultura y los valores están en el corazón del desarrollo. Por supuesto, también es necesario que sus instituciones estén bien, pero, al menos en las etapas iniciales de desarrollo, es esencial tener una cultura de apoyo, propicia para el desarrollo como en Asia, Europa y América del Norte. Valores tales como la responsabilidad personal, la confianza (Putnam y Fukuyama), la dignidad del trabajo, el gobierno legal y la prioridad del individuo hacen la gran diferencia en el desarrollo. Así, por supuesto, los recursos naturales, la geografía (por ejemplo, el sistema de transporte fluvial interno estadounidense y europeo), y tener un sistema de clase permeable que permita la movilidad ascendente. Todos estos factores (las instituciones adecuadas, los recursos, la geografía y un sistema social móvil ascendente) son importantes, pero en última instancia, la cultura también juega un papel importante, tal vez el más importante. La cultura es la llave que abre la puerta del éxito civilizatorio.
Algunas culturas, algunos sistemas de valores, algunas creencias y algunas religiones son más propicias para promover el desarrollo y la democracia que otras. Puede que no estemos muy cómodos con ese hecho, y ciertamente no es muy políticamente correcto decirlo, pero es un hecho.
… siguiendo el trabajo pionero de Max Weber, los países protestantes (calvinistas y evangélicos luteranos) del norte de Europa fueron mejores para promover los valores que llevaron al crecimiento: confianza, responsabilidad individual, estado de derecho, el valor de la educación, y la toma de riesgos, que los países católicos del Mediterráneo, aunque ahora países católicos como Austria, Bélgica y Francia se han puesto al día. Del mismo modo, en las Américas: las sociedades modernas, progresistas, de clase media y autosuficientes que los británicos y holandeses implantaron en América del Norte apoyaron mucho más la democracia que los cuasi feudales, de dos clases, y sociedades aún medievales y premodernas que España y Portugal implantaron en América Latina. Y ahora en Asia: las sociedades confucianas de Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Singapur y recientemente Macao y China, con su énfasis en la educación, el honor de los padres y el logro individual, lo han hecho fenomenalmente bien, con tasas de crecimiento milagrosas, que incluso han superado a los Estados Unidos y Europa occidental. Sin embargo, las culturas de África, el sudeste de Asia y el Medio Oriente, áreas que también están sujetas a rígidos sistemas de creencias, instituciones débiles y sociedad civil, y estructuras sociales que no conducen ni al crecimiento ni al desarrollo, no han tenido tanto éxito.
Las culturas clientelistas, dirigidas por la familia y dominadas por el patrocinio del sur de Europa [España, Portugal, Italia, Grecia] ayudan a explicar por qué esa zona está en serios problemas, pero el norte de Europa está mucho mejor. Howard J. Wiarda, Cultura política, ciencia política y política de identidad. (2014)
Del penúltimo párrafo , la palabra clave es ” estructuras sociales” en cuanto al tema de desigualdad. Los países con estructuras sociales rígidas y que dificultan la movilidad entre las clases de diferentes ingresos son las más desiguales. Tómese el caso extremo de la India con su estructura social de castas y otros menos extremos como los países iberoamericanos que durante siglos tuvieron una estructura social más o menos rígida que se ha venido flexibilizando con el tiempo.
Francis Fukuyama, más conocido por su libro “El fin de la historia”, aborda en su obra “Trust. The Social Virtues and the Creation of Prosperity” (Confianza. Las Virtudes Sociales y la Creación de Prosperidad), 1995, un elemento cultural fundamental, la confianza, que se construye a partir de la honestidad, como determinante para el desarrollo económico, pues este se facilita cuando hay relaciones de cooperación. Según Fukuyama, las relaciones de cooperación basadas en la confianza en un radio más amplio que el limitado de la familia, son claves porque disminuyen los costos de transacción y por tanto mejoran la competitividad. El análisis de Fukuyama se concentra en el papel que juega la confianza en el crecimiento y desarrollo económico, independientemente del grado de desigualdad.
Confirma los hallazgos de Richard Wilkinson y Kate Pickett en su libro «The Spirit Level«, enfatizados por Peter Saunders en la revisión crítica de ese estudio en «When Prophecy Fails«, en cuanto a la alta correlación del grado de confianza en la sociedad y el nivel de ingreso percápita. El gráfico abajo, que muestra esa correlación, es del libro de Saunders.
El análisis de Saunders valida también el que hacen Wilkinson y Pickett sobre la correlación negativa entre el nivel de confianza y la desigualdad dentro de los países. En los países más pobres hay mayor desconfianza y presentan un mayor grado de desigualdad.
También encuentra que los países con menor desigualdad comparten, además de un mayor grado de confianza, otras características comunes, como la homogeneidad étnica, tradiciones culturales y desarrollo histórico orientadas a un sentido de pertenencia nacional común y un menor grado de individualismo y diversidad. En los extremos se agrupan países como los nórdicos y Japón por un lado, y los latinoamericanos por el otro.
Por su parte, David C. Rose, en “Why Culture Matters Most”, concuerda en mucho con el análisis de Fukuyama sobre la importancia de la confianza para crear una sociedad próspera y adicionalmente se refiere a la importancia de educar a los menores en este tema.
Si suficientes personas son confiables, se convierte en el valor predeterminado asumir que otros son confiables, lo que reduce los costos de las transacciones y permite una mayor cooperación y prosperidad. Enseñar que la deshonestidad está bien es similar a la contaminación. Los padres deben enseñar moderación moral basada en el deber moral para hacer que sus hijos sean dignos de confianza y que la sociedad confíe en ellos. Se debe enseñar a los niños a rechazar la idea misma de captar las llamadas «oportunidades de oro», es decir, acciones que les permitan beneficiarse a expensas de los demás sin temor a ser detectados, como hacer trampa en un examen, hacer trampa en sus impuestos cuando no hay rastro de papel, o eludir algo en el trabajo cuando nadie puede detectarlo. Nuestros cerebros deben «llegar a considerar la acción oportunista como indigno de consideración», por lo que «literalmente eludirán el estado de cálculo costo-beneficio de la toma de decisiones cuando las posibilidades de comportarse oportunistamente se presenten»
Las democracias de libre mercado pueden desmoronarse si los padres y otros no enseñan suficiente fiabilidad. Y, las democracias de libre mercado se están desmoronando a través del redistribucionismo, el favoritismo regulatorio y el amiguismo. Esto está socavando la confianza en el sistema y socavando las instituciones democráticas, y por lo tanto socavando el capitalismo del libre mercado y la prosperidad material. Reseña de Robert M. Whaples, The Independent Review, del libro de David C. Rose “Why Culture Matters Most”, Oxford University Press, 2019.
Como veremos, la desconfianza conduce a un sistema de corrupción, en el que los ingresos y la riqueza son en buena parte de origen ilegítimo. Este es el tipo de desigualdad moralmente repudiable y que no contribuye a reducir la pobreza.
La desconfianza resulta en la práctica de la mentira, la hipocresía, el fingimiento, la simulación y la mojigatería, que están enraizadas en lo profundo de la cultura de gran parte de los latinoamericanos.
El hecho de mentir, de engañar, de prometer algo y no cumplirlo, de obtener ventajas mediante el juego sucio, tiene consecuencias devastadoras en las relaciones personales, en la política y en los negocios. Si no hay confianza en las demás personas, no puede haber ningún tipo de cooperación o relación confiable.
La desconfianza fomenta el nepotismo. El nepotismo desincentiva el deseo de superación personal y promueve en las personas vicios de comportamiento negativos como la adulación calculada, el servilismo, el clientelismo, el soborno y la corrupción, como únicos medios pragmáticos para competir y “triunfar” en un ambiente hostil. El mérito pasa a segundo plano. ¿Para qué alguien va a esforzarse en estudiar, en prepararse para luego recoger los frutos de su esfuerzo, si lo que cuenta más son las conexiones, no el mérito?
El nepotismo es una práctica recurrente tanto en las empresas privadas como en el Estado. El nepotismo frena el incentivo por la educación y la superación personal, por desarrollar habilidades con la certeza de obtener luego los frutos del esfuerzo personal. En la cultura local, el mérito pasa a segundo plano, se vuelve más importante desarrollar relaciones de amistad, especialmente con las personas de las cuales se puede obtener algún beneficio, ya sea alguien que toma decisiones en una empresa o un funcionario estatal. Se cae a veces en el servilismo para generar confianza en la lealtad para con los superiores o en halagos y regalos para con otras personas de interés. Una vez lograda la confianza, se usa para coludirse en actos reñidos con las leyes, normas o reglamentos, para obtener mutuos beneficios, en otras palabras, en actos de corrupción como obtener una concesión, un contrato o un tratamiento preferencial.
Esa combinación de valores negativos conduce a la corrupción, un cáncer que corroe a la sociedad y le extrae recursos para el enriquecimiento ilícito de unos cuantos que se coluden para obtener ventajas oportunistas exclusivas.
Es lo que se ha dado en llamar el “capitalismo de compadres o compinches” en el que las élites en el poder están coludidas con la oligarquía local para extraer las rentas derivadas de las prácticas corruptas, las que no pueden obtener participando en el libre juego de la competencia en el mercado, perjudicando así a otros competidores y a los consumidores en general. Esta forma de capitalismo corrupto es fuente de ingresos y riquezas de origen ilegítimo, cuya concentración conduce a una desigualdad moralmente repudiable, pero también reduce la competencia justa, disuade la inversión y estanca el crecimiento económico, necesario para reducir la pobreza.
Una investigación realizada en 2015 (Sutirtha Bagchi and Jan Svejnar. “Does Wealth Inequality Matter for Growth? The Effect of Billionaire Wealth, Income Distribution, and Poverty“ 2015) encontró que la desigualdad de riqueza, en lugar de la desigualdad de ingresos o la pobreza, está significativamente relacionada con el crecimiento económico. Pero más importante aún fue la verificación de que la riqueza obtenida a través de conexiones políticas o corrupción está relacionada negativamente al crecimiento económico mientras que los efectos de la desigualdad de riqueza, la desigualdad de ingresos y la pobreza inicial políticamente desconectados son estadísticamente insignificantes.
El estudio referido es una confirmación de lo que Baumol et. al. (William J. Baumol, Robert E. Litan, And Carl J. Schramm, Good Capitalism, Bad Capitalism, and the Economics of Growth and Prosperity (2007) ) establecen al denominar el tipo de capitalismo oligárquico “o de compinches” como diferente a otros modelos de capitalismo y su peor desempeño en crecimiento económico. Pero también, son esos los países donde la desigualdad de ingresos y riqueza es más marcada.
Es saludable para la economía y la sociedad acabar con la apropiación ilegítima de ganancias obtenidas mediante la corrupción, pues esta no solamente produce una desigualdad moralmente repudiable, sino que también reduce la competencia legal, disuade la inversión y estanca el crecimiento económico, necesario para reducir la pobreza.
Otra dimensión del efecto de los valores culturales se observa en el tema de los ingresos y gastos estatales, con impactos en la desigualdad.
Los impuestos son la fuente principal de los gobiernos para financiar su operación y llevar a cabo programas de beneficio social que ayudan a aliviar las desigualdades de ingreso en la población. La mayoría de gobiernos tienden a aplicar impuestos progresivos sobre la renta con ese fin. Sin embargo, hay un límite que si se sobrepasa, no redunda en una mayor recaudación. La Curva de Laffer, desarrollada en base a datos reales, enseña que las altas tasas impositivas desalientan a las personas a trabajar, ahorrar e invirtir. Esto significa que obtienen menos ingresos imponibles. Las altas tasas impositivas también alientan a las personas a esconderse en refugios fiscales y declarar sus ingresos de manera insuficiente. Y esta evasión fiscal también reduce los ingresos imponibles. Y si la renta imponible cae lo suficiente, puede compensar por completo el impacto de la tasa impositiva más alta, lo que significa menos ingresos.
Hay sociedades donde se valora más el ocio, el goce del tiempo libre en el presente y el consumo inmediato, y hay otras donde se valora más el trabajo y el ahorro para el futuro. Incrementos en la tributación a los ingresos de negocios y capital tendrán menor efecto en las primeras y causarán mayor desincentivo en las segundas. También, el efecto será distinto en sociedades más homogéneas o más heterogéneas. En las primeras, el impuesto se percibe más como una contribución con la que se está de acuerdo, mientras que en la segunda, se percibe más como una obligación impuesta con la que poco se está de acuerdo.
También depende del grado de confianza que los agentes económicos tienen en la eficiencia del manejo de los recursos por parte del Estado. Si la percepción es que existe mucha filtración por corrupción y uso inefectivo de los recursos en la redistribución hacia los sectores de menores ingresos, hay mayor resistencia a los impuestos y mayor nivel de evasión fiscal. Dependerá entonces de cuántos y qué tan grandes sean los huecos por donde se fugan los recursos.
Las evidencias de que el Estado en América Latina es un gran despilfarrador de recursos salieron a luz con la publicación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de su informe insignia “Mejor Gasto para Mejores Vidas. Cómo América Latina y el Caribe puede hacer más con menos” (2018) que muestra que cada año, la ineficiencia en el gasto de los Gobiernos de América Latina y el Caribe genera un despilfarro total de 220.000 millones de dólares, el equivalente a un 4,4% del PIB. «Esa cifra, bien invertida, sería suficiente para acabar con la pobreza extrema en la región» asegura Alejandro Izquierdo, economista jefe del BID.
El despilfarro de recursos no es más que una contabilización de la corrupción gubernamental.
El informe del BID es revelador y contundente. En América Latina, más recursos para el Estado significa más recursos desviados por la corrupción para beneficiar a unos cuantos corruptos y perjudicar a la mayoría. Pero también significa menos recursos disponibles en el bolsillo de las personas para consumir o para ahorrar e invertir. Menos recursos para expandir la demanda y la producción.
“La corrupción daña a los pobres desproporcionadamente, desviando fondos asignados para el desarrollo, minando la capacidad gubernamental de proveer servicios básicos, alimentando la desigualdad y la injusticia, y desalentando la inversión y la ayuda extranjera. La corrupción es un elemento clave en el bajo desempeño económico y un obstáculo principal para el desarrollo y la reducción de la pobreza”- Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, en su discurso sobre la adopción por la Asamblea General, de la Convención contra la Corrupción. New York, 31 Octubre 2003.
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