Introducción al concepto
Se conoce como marxismo cultural a un conjunto de ideas que tienen su base en la teoría marxista pero que desechan algunos de los dogmas del materialismo histórico y la teoría social de Marx, principalmente el determinismo histórico que conduciría a la abolición del capitalismo como resultado de las contradicciones entre el proletariado y la burguesía para dar lugar al socialismo.
Andrew Lynn introduce una descripción en un artículo que pretende desacreditar el término obviando evidencias que luego se presentan, pero que sirve para fines de enmarcar el concepto.
¿Cómo un filósofo lector de Hegel del siglo XIX como Karl Marx da forma al pensamiento de los guerreros de la justicia social de hoy? Una historia en maceta de ideas es la siguiente: a mediados del siglo XX, la doctrina del “marxismo económico” fue fatalmente desacreditada por el fracaso de los regímenes comunistas en todo el mundo, lo que incitó a la intelectualidad desilusionada a buscar un marxismo nuevo y mejorado que pudiera hablar con el capitalismo de consumo de la posguerra. Estos llamados “marxistas culturales” emprendieron lo que el psicólogo y gurú canadiense Jordan Peterson ha llamado un “juego de prestidigitación” para salvar sus mercancías ideológicas, pasando de la economía a la cultura. Pensadores que van desde Antonio Gramsci hasta Jacques Derrida se agrupan en este esfuerzo, pero en el centro de esta historia casi siempre se encuentra la Escuela de Frankfurt, un grupo de marxistas de mediados de siglo que huyeron de Alemania y se refugiaron en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. La experiencia de este grupo no estaba en economía sino en filosofía, teoría social, arte y literatura. En consecuencia, sus miembros reempacaron su marxismo para los temas que mejor conocían. También recurrieron con frecuencia a las teorías de Freud, mezclando la preocupación del primer Marx por la alienación con las ideas de Freud sobre la represión y la sublimación.
Adelante al presente. Según el periodista y bloguero conservador Andrew Sullivan, los marxistas culturales de hoy están profundamente comprometidos en derrocar las estructuras de poder del patriarcado y el privilegio blanco. Lo hacen, según esta versión de la historia, siguiendo a los pensadores de la Escuela de Frankfurt al trasladar el conflicto oprimido-opresor entre el proletariado y la burguesía al ámbito cultural, asignando estatus de oprimido a varios grupos identitarios no privilegiados. Sigue el surgimiento de una cultura de victimización, a medida que los grupos que reclaman diversas identidades articulan quejas contra los grupos dominantes y las estructuras que sirven a sus intereses. La adjudicación racional de la verdad se subsume entonces bajo las demandas de subversión del poder, el patriarcado y el privilegio a través de instituciones sociales injustas. Andrew Lynn. Cultural Marxism
Este concepto oculta que las demandas no se limitan a aspectos meramente culturales, sino que son vinculadas a demandas de transformación del sistema capitalista en socialista.
Según Wikipedia “El marxismo cultural, en su uso moderno, es una teoría conspirativa difundida en círculos conservadores y de extrema derecha estadounidenses desde la década de 1990, que se refiere a una supuesta forma de marxismo que, pretendidamente adaptado de términos económicos a términos culturales por la Escuela de Fráncfort, se habría infiltrado en las sociedades occidentales con el objetivo final de destruir las instituciones y valores tradicionales de estas, mediante la implantación de una sociedad global, igualitaria y multicultural sin alma.”
Ahora veamos cómo la misma Wikipedia define el término teoría conspirativa: “El término teoría conspirativa o teoría de conspiración se usa para referirse a ciertas teorías alternativas a las oficiales que explican un acontecimiento o una cadena de acontecimientos ─comúnmente, de importancia política, social, económica, religiosa o histórica─ por medio de la acción secreta de grupos poderosos, extensos y de larga duración, y además en tono peyorativo para descalificar esas teorías. La hipótesis general de una teoría de conspiración es que ciertos sucesos importantes en la Historia han sido causados por conspiraciones ocultas y misteriosas.”
Como veremos más adelante, el marxismo cultural no es una teoría conspirativa en el sentido que las organizaciones y personas que lo practican no son secretas. Sí es conspirativa en el sentido en que, a diferencia de la teoría marxista clásica, que abiertamente abogó por la destrucción del capitalismo, las personas y movimientos del marxismo cultural no siempre piden abiertamente la sustitución del capitalismo por el socialismo, sino que abogan por cambios en el “sistema”, desde cambios económicos como confiscación a los ricos y redistribución de riqueza, a cambios sociales como en el tema de género o religión, hasta cambios políticos como la “democracia directa”.
“Las iteraciones populares del marxismo cultural se revelan en el uso casual de términos como “privilegio”, “alienación”, “mercantilización”, “fetichismo”, “materialismo”, “hegemonía”, “patriarcado”, “superestructura”. Como escribió Zubatov para Tablet, “Es un paso corto desde la “hegemonía” de Gramsci hasta los memes tóxicos ahora ubicuos de “patriarcado”, “hetero normatividad”, “supremacía blanca”,…“ Allen Mendenhall en El marxismo cultural es real.
A esos agregaría otros como “consumismo”, “obsolescencia programada”, “discriminación”, “opresión”, “fundamentalismo” ya sea religioso, liberal, o cualquier otro enemigo, y hay más. En América Latina particularmente, el secular antiimperialismo y “el imperio” pertenecen al lenguaje de estos grupos.
La definición de Wikipedia es una muestra de cómo los intelectuales marxistas operan distorsionando los hechos. Cualquier persona puede contribuir a los artículos temáticos en Wikipedia. Sin embargo, los marxistas son los más activos. Es una confirmación de su estrategia para ganar la batalla cultural.
En Europa y en todo el continente americano, los “anti sistema”, es decir, todos los que adversan el sistema de mercado, han penetrado y se confunden como parte de diferentes tipos de movimientos sociales, llámense anti-racistas, anti-fascistas, feministas, movimientos pro LGTB, o ambientalistas, muchas veces distorsionando los objetivos genuinos y originales de estos movimientos. Los marxistas, neo marxistas, o socialistas han logrado imponer, en mayor o menor grado, su agenda anti sistema en ellos, de modo que todos tienen en común el mismo objetivo: acabar con el sistema “opresor”. Es así que participan de diferentes conflictos, construyendo nuevos antagonismos y ampliando el alcance de sus objetivos.
El anticapitalismo tiene varias formas en ambos lados del espectro político, manifestándose como una crítica a la globalización dirigida contra el libre comercio y sus prácticas supuestamente explotadoras, nivelación cultural o la supuesta complicidad del capitalismo para crear pobreza en África. Alternativamente, puede tomar la forma de un resentimiento antiamericano que considera a los Estados Unidos como el epítome de la cosmovisión despiadada y mercenaria encarnada por el capitalismo. https://www.adamsmith.org/intellectuals-dont-like-capitalism
El marxismo cultural rompe con el dogma marxista clásico de que el cambio del sistema capitalista a uno socialista solo podría realizarse con la maduración de condiciones económicas debido al desarrollo de las fuerzas productivas e introduce la estrategia del cambio de sistema mediante el cambio de superestructura ideológica, esto es, de las ideas, creencias, valores, normas de comportamiento predominantes en la sociedad, en una palabra, de su cultura.
Antecedentes históricos
En el artículo citado, Allen Mendenhall resume los orígenes del Marxismo Cultural.
“Del estructuralismo y el post estructuralismo surgió el marxismo estructural, una escuela de pensamiento vinculada a Althusser que analiza el papel del estado para perpetuar el dominio de la clase dominante, los capitalistas.
En las décadas de 1930 y 1940, la Escuela de Frankfurt popularizó el tipo de trabajo generalmente etiquetado como “marxismo cultural”. Las figuras involucradas o asociadas con esta escuela incluyen a Erich Fromm, Theodore Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse y Walter Benjamin. Estos hombres revisaron, replantearon y extendieron el marxismo clásico al enfatizar la cultura y la ideología, incorporando ideas de campos emergentes como el psicoanálisis e investigando el auge de los medios de comunicación y la cultura de masas.
Insatisfechos con el determinismo económico y la coherencia ilusoria del materialismo histórico, y hartados por los fracasos de los gobiernos socialistas y comunistas, estos pensadores reformularon las tácticas y las premisas marxistas a su manera, sin repudiar por completo los diseños o ambiciones marxistas.
El feminismo, los estudios de género, la teoría crítica de la raza, el poscolonialismo, los estudios sobre la discapacidad, estas y otras disciplinas introducen elementos de análisis marxistas pero se pasan por alto uno o más de los paradigmas teóricos marxistas originales.”
La hegemonía cultural
Al italiano Antonio Gramsci (1891-1937) se le atribuye el esquema que ha servido de base al movimiento cultural marxista en el mundo occidental.
En el libro The Antonio Gramsci Reader:Selected Writings 1916-1935, editado por David Forgacs, Gramsci aclara el desarrollo de una nueva forma de estrategia para abrirle la puerta a la revolución socialista. Describió la revolución rusa como ejemplo de una “guerra de movimiento”, debido al derrocamiento súbito y total de la estructura gobernante existente en una sociedad. Gramsci razonó que, en la Rusia de 1917, “el Estado lo era todo, la sociedad civil era primigenia y gelatinosa”.
Así, un ataque directo sobre los gobernantes del momento podía funcionar debido a que no existía alguna otra estructura significativa o instituciones de influencia política que fuesen necesario superar. En contraste, en las sociedades occidentales, observó Gramsci, el Estado es “sólo un último esfuerzo desesperado” detrás del cual yace una sociedad civil robusta y firme.
Gramsci creía que las condiciones de Rusia en 1917, que posibilitaron la revolución, no se materializarían en los países capitalistas más avanzados de Occidente. La estrategia debería ser diferente y debía incluir un movimiento democrático masivo, una lucha ideológica.
Su apoyo hacia una guerra de posicionamiento, en vez de una guerra de movimiento no era una refutación de la revolución como tal, sino sólo una táctica diferente ̶una táctica que requería la infiltración de organizaciones influyentes que integran la sociedad civil. Gramsci comparó esas organizaciones con las “trincheras”, desde donde se llevaría a cabo la guerra posicional.
Desde su punto de vista, se requiere de una nueva voluntad general para avanzar esta guerra de posicionamiento para la revolución. Para él, es vital evaluar que puede oponerse en el camino de esa voluntad; esto es, ciertos grupos sociales de influencia con ideologías capitalistas prevalecientes que puedan impedir ese progreso.
Gramsci habló de organizaciones que incluían a iglesias, organismos de caridad, medios de comunicación, escuelas, universidades y el poder “económico empresarial” como organizaciones que necesitaban ser invadidas por pensadores socialistas.
La nueva dictadura del proletariado en Occidente, según Gramsci, sólo podía surgir producto de un consenso activo de las masas trabajadoras ̶ dirigidas por aquellas organizaciones civiles claves que generan una hegemonía ideológica.
Como la describió Gramsci, hegemonía significa liderazgo “cultural, moral e ideológico” sobre grupos aliados y subordinados.
… una guerra de posicionamiento implica una especie de “revolución pasiva”; que sea capaz de hacer la transición desde el orden burgués dominante hacia uno de socialismo, sin levantamiento social o violento alguno.
Para que ocurra la transición social, las “condiciones necesarias” en la sociedad deben “ya haber sido incubadas”, según Gramsci. Aquí él se estaba refiriendo a una nueva voluntad colectiva entre las masas, que coincide con tener a la gente correcta en las posiciones estratégicas de la sociedad civil y de las burocracias estatales.
Para la Izquierda, la “larga marcha a través de las instituciones” es un intento deliberado de crear las mejores condiciones para el derrocamiento final de nuestra sociedad de propiedad privada. Su éxito sería un desastre. Bradley Thomas. Antonio Gramcsi: padrino del marxismo cultural
Nicki Lisa Cole, por su parte, analiza el concepto gramsciano de la “hegemonía cultural”
La hegemonía cultural se refiere a la dominación o regla mantenida a través de medios ideológicos o culturales. Por lo general, se logra a través de las instituciones sociales, que permiten a aquellos en el poder influir fuertemente en los valores, las normas, las ideas, las expectativas, la visión del mundo y el comportamiento del resto de la sociedad.
La hegemonía cultural funciona al enmarcar la cosmovisión de la clase dominante y las estructuras sociales y económicas que la encarnan, como justa, legítima y diseñada para el beneficio de todos, a pesar de que estas estructuras solo pueden beneficiar a la clase dominante. Este tipo de poder es distinto del gobierno por la fuerza, como en una dictadura militar, porque permite que la clase dominante ejerza la autoridad utilizando los medios “pacíficos” de ideología y cultura.
… Gramsci desarrolló el concepto de hegemonía cultural a partir de la teoría de Karl Marx de que la ideología dominante de la sociedad refleja las creencias e intereses de la clase dominante. Gramsci argumentó que el consentimiento para el gobierno del grupo dominante se logra mediante la difusión de ideologías (creencias, suposiciones y valores) a través de instituciones sociales como escuelas, iglesias, tribunales y medios de comunicación, entre otros. Estas instituciones hacen el trabajo de socializar a las personas dentro de las normas, valores y creencias del grupo social dominante. Como tal, el grupo que controla estas instituciones controla el resto de la sociedad.
La hegemonía cultural se manifiesta con mayor fuerza cuando los gobernados por el grupo dominante llegan a creer que las condiciones económicas y sociales de su sociedad son naturales e inevitables, en lugar de ser creadas por personas con un interés personal en determinados órdenes sociales, económicos y políticos.
El poder cultural de la ideología
Gramsci se dio cuenta de que el dominio del capitalismo tenía más que la estructura de clases y su explotación de los trabajadores. Marx había reconocido el importante papel que desempeñaba la ideología en la reproducción del sistema económico y la estructura social que lo apoyaba, pero Gramsci creía que Marx no había otorgado suficiente crédito al poder de la ideología. En su ensayo ” Los intelectuales “, escrito entre 1929 y 1935, Gramsci describió el poder de la ideología para reproducir la estructura social a través de instituciones como la religión y la educación. Argumentó que los intelectuales de la sociedad, a menudo vistos como observadores independientes de la vida social, en realidad están integrados en una clase social privilegiada y disfrutan de un gran prestigio. Como tales, funcionan como los “diputados” de la clase dominante, enseñando y alentando a las personas a seguir las normas y reglas establecidas por la clase dominante.
Gramsci elaboró sobre el papel que juega el sistema educativo en el proceso de lograr el gobierno por consentimiento, o hegemonía cultural, en su ensayo ” Sobre la educación “. Nicki Lisa Cole, Ph.D. “¿Qué es la hegemonía cultural?” ThoughtCo, 2019,
Y qué propone Gramsci? Pues que el Estado puede ser permeado desde la sociedad civil y que, en todo caso, su destrucción como “organismo al servicio de la clase dominante” no se agota en la destrucción del Ejército y de la burocracia al modo que Lenin proponía, sino fundamentalmente en la destrucción de la “concepción del mundo” que produce y reproduce el Estado para el mantenimiento de su hegemonía cultural, y su reemplazo por una nueva. Gramsci está proponiendo, en una palabra, dar una lucha cultural que socave la hegemonía ideológica de la “clase dominante” pertrechada en el Estado. Nicolás Márquez y Agustín Laje. El Libro Negro de la Nueva Izquierda. Unión Editorial | Centro de Estudios LIBRE. 2016.
Juan Carlos de Orellana es otro estudioso de Gramsci y se refiere al papel que este adjudica a los intelectuales en la estrategia para tomar el poder.
“Una de las formas en que el proletariado debe emprender tal tarea es a través de “intelectuales orgánicos”, que para Gramsci, “son los ‘diputados’ del grupo dominante que ejercen las funciones subalternas de la hegemonía social y el gobierno político”. Su “función en la sociedad es principalmente la de organizar, administrar, dirigir, educar o dirigir a otros”. Estos cuadros especializados, formados tanto en el partido político de la clase trabajadora como a través de la educación, tienen el deber de organizar, administrar, dirigir, educar o dirigir a otros. La formación de un colectivo nacional-popular no es un proceso autónomo, ni lo es la voluntad de ese colectivo. Los intelectuales orgánicos, que no deben estar relacionados con los intelectuales de la burguesía, deben organizarse y mediar en la formación de la voluntad colectiva nacional-popular.” Gramsci sobre hegemonía.
El post-marxismo
Los marxistas occidentales siguieron defendiendo la teoría clásica marxista durante los 70 años que duró el experimento socialista en Rusia y Europa Oriental. Esta vez, incorporando el pensamiento de Lenin y en otros casos, el de Mao. El marxismo-leninismo continuó ignorando a Gramsci y a los pensadores de la Escuela de Frankfurt.
Al escribir en la edición de julio de 1950 de Les Temps Modernes, Sartre, el dramaturgo y fundador de la filosofía existencialista y uno de los principales intelectuales franceses del siglo XX, negó la existencia de gulags soviéticos. A su regreso de un viaje a la Unión Soviética en 1954, hizo la afirmación absurda de que los ciudadanos soviéticos gozaban de plena libertad para criticar las medidas implementadas por el régimen. Esto no hizo nada para disminuir la adulación otorgada al mismo Sartre por otros intelectuales. Lo mismo ocurre con Noam Chomsky, uno de los principales críticos del capitalismo en los Estados Unidos, que minimizó la escala de los asesinatos en masa de Pol Pot. En un debate televisado de 1971 con Chomsky, el filósofo francés Michel Foucault, uno de los defensores más importantes del post estructuralismo y el fundador del análisis del discurso, expresó su propia ira contra la élite capitalista: “El proletariado no libra una guerra contra la clase dominante porque considera que tal guerra es justa. El proletariado hace la guerra contra la clase dominante porque, por primera vez en la historia, quiere tomar el poder. Cuando el proletariado toma el poder, puede ser bastante posible que el proletariado ejerza hacia las clases sobre las cuales ha triunfado un poder violento, dictatorial e incluso sangriento. No puedo ver qué objeción podría hacerse a esto “.
Intelectuales destacados, incluidos Feuchtwanger, Brecht, Barbusse, Sartre y Chomsky, entre muchos otros, se involucran en una negación constante de, en primer lugar, las atrocidades perpetradas en nombre del comunismo, que en el transcurso del siglo XX causaron aproximadamente 100 millones de muertes, así como, en segundo lugar, de los logros civilizadores del capitalismo, un sistema que ha hecho más para eliminar la pobreza que cualquier otro orden económico en la historia humana. https://www.adamsmith.org/intellectuals-dont-like-capitalism
Posteriormente, el fracaso de los sistemas socialistas destrozó las bases teóricas de la izquierda, causando un duro golpe a las creencias y las propuestas de los intelectuales y movimientos pro socialistas. Ante estos hechos, a la izquierda no le quedó más que buscar otras excusas y alternativas para persistir en la utopía socialista como se evidencia con las palabras de un analista de izquierda que no se da por vencido:
“La crisis de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín han sido losas difíciles de soslayar a la hora de pensar el socialismo y la democracia. Dichos acontecimientos generaron una sensación de desánimo tras quitar el velo que ocultaba en los países del Este prácticas contrarias a los principios más elementales de la doctrina democrática, socialista y comunista. Los regímenes políticos liderados por los partidos comunistas dejaron una estela de corrupción e inmoralidad nada favorable a la defensa de los ideales igualitarios contenidos en el pensamiento marxista. No debe extrañar que algunos intelectuales desertaran, atacaran y abdicaran del marxismo (proceso en marcha desde los años setenta). Tampoco que otros se reconvirtieran al orden establecido y desde allí iniciaran un nuevo viaje. Pero ha habido quienes, sin claudicar, asumieron la idea de fracaso y derrota como un principio desde el cual analizar la realidad emergente tras la desintegración del bloque comunista y del nuevo proceso de internacionalización.
,,, La concepción de orfandad teórica y de proyecto político ganó espacio y comenzó a ser postulada por un conjunto importante de científicos-sociales y políticos de izquierda durante la década de los años noventa del siglo xx, proyectándose hasta hoy en día. La noción de triunfo del capitalismo y la ideología de la globalización han sido factores coadyuvantes en desatar una imagen de desastre total, provocando una desbandada en el pensamiento crítico. Los primeros en verse afectados han sido los partidos comunistas. Algunos cambiando de nombre, otros inmolándose o pidiendo su disolución. Y a continuación les han seguido teóricos y militantes de izquierdas sin filiación procomunista.
… hoy vivimos un proceso de involución política en el que se pretende hacer desaparecer cualquier opción alternativa que tienda a revertir el derrotero. Pero ello es totalmente diferente a que no existan alternativas. … Romper con este sentimiento de culpa es una tarea prioritaria para abrir las puertas a una concepción transformadora que huya del pragmatismo y la idea de fracaso o derrota. El Foro de Porto Alegre es parte del camino.” Marcos Roitman Rosenmann. La idea de derrota en la izquierda latinoamericana
Dos de esos intelectuales que abandonaron y reinterpretaron los dogmas marxistas clásicos, fueron el argentino Ernesto Laclau y su mujer Chantal Mouffe.
Ellos “han generado otro salto importantísimo en la teoría marxista. Tan importante ha sido este salto, que se les reconoce en el mundo académico un rol indiscutible como dos de los mayores referentes del llamado “post-marxismo” o “posmarxismo”, una corriente teórica muy reciente cuya característica fundamental es que se ha propuesto revisar al marxismo para adecuarlo, teórica y estratégicamente, al nuevo mundo que nació del fracaso del “socialismo real” de la Unión Soviética. Sin embargo, Ernesto Laclau no ha trascendido sólo en el mundo académico, sino que también su imagen ha llegado al mundo de la política en general en virtud de habérsele reconocido un rol filosófico relevante en el proyecto del “Socialismo del Siglo XXI” en general, y en el caso del régimen kirchnerista en particular. Prácticamente no ha existido medio de comunicación nacional e internacional que, al mencionarlo, no le haya adjudicado el papel del “filósofo del kirchnerismo”.
… Lo que Laclau ve cuando escribe junto a Chantal Mouffe su obra Hegemonía y estrategia socialista, publicada en 1985, es un mundo donde el capitalismo se ha expandido enormemente y, lejos de agudizar los conflictos de clase, logró cada vez mejores condiciones de existencia para el proletariado.
… El post-marxismo de Laclau y Mouffe tiene centro en la supresión del concepto de “clase social” como elemento teórico relevante para la izquierda. Este es el paso crucial que ambos pensadores dan respecto de Gramsci en quien, por lo demás, basan la mayor parte de su teoría. El proletariado ya no es el sujeto revolucionario privilegiado en ningún sentido posible; la clase obrera en Laclau no tiene siquiera privilegios en una estrategia hegemónica como en la teoría gramsciana. Pero además de ello, tampoco hay ningún sentido en buscar otro sujeto privilegiado, como aconteció en la década del ’60 en la cual se discutió, a partir especialmente de los teóricos de la Escuela de Frankfurt, si el privilegio de la historia pasaba por los jóvenes, las mujeres, etcétera.[45] Contra el intento desesperado por descubrir nuevos sujetos para la revolución anticapitalista, Laclau y Mouffe ponen el acento en la construcción discursiva de los sujetos. ¿Qué significa esto? Pues que los discursos ideológicos pueden dar origen a nuevos agentes de la revolución (el discurso tiene carácter performativo, diría el filósofo del lenguaje John Austin). Simplificando un poco: hay que fabricar y difundir relatos que vayan generando conflictos funcionales a la causa de la izquierda.
Naturalmente, la estrategia que estos autores le proponen al socialismo, lejos de tener por objetivo inmediato la destrucción de la “democracia burguesa” —al modo del marxismo clásico—, tiene su eje en el hecho de entender la democracia como el terreno sobre el cual el proyecto socialista puede y debe desenvolverse, aprovechando y fomentando la multiplicidad de puntos de antagonismos que bajo aquélla es posible hacer emerger. De lo que se trata es de abordar la democracia liberal y radicalizar su componente igualitario a tal punto que aquélla termine siendo diezmada desde su propio seno; que sea barrida por su propia lógica; destruir la democracia desde adentro, y no desde afuera. Ese objetivo termina de evidenciarse en el subsiguiente libro de Laclau: “La razón populista”.
La tarea de la izquierda no puede por tanto consistir en renegar de la ideología liberal democrática sino al contrario, en profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural. (…) No es en el abandono del terreno democrático sino, al contrario, en la extensión del campo de las luchas democráticas al conjunto de la sociedad civil y del Estado, donde reside la posibilidad de una estrategia hegemónica de izquierda”.
Digamos al respecto dos cosas. En primer lugar, surge de la propia pluma de Laclau y Mouffe que la radicalización de la democracia no es un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar otro fin: la destrucción del “individualismo posesivo” típicamente liberal, es decir, la destrucción de la noción de los derechos individuales y de la propiedad privada. En segundo lugar, así como las dictaduras socialistas del siglo pasado alegaban estar llevando adelante una “democracia sustancial” frente a la “democracia burguesa” del mundo capitalista, en Laclau y Mouffe esta distinción se mantiene vigente aunque con un nuevo nombre: democracia radical vs. democracia liberal. Pero la supuesta “democracia radical” no es mucho más que el nombre dado a un socialismo que ha incluido en su discurso una serie de demandas que exceden al tradicional terreno de las clases. Y tan así es, que los propios autores concluyen su libro de esta forma: “Todo proyecto de democracia radicalizada incluye necesariamente, según dijimos, la dimensión socialista —es decir, la abolición de las relaciones capitalistas de producción— (…). Por consiguiente, el descentramiento y la autonomía de los distintos discursos y luchas, la multiplicación de los antagonismos y la construcción de una pluralidad de espacios dentro de los cuales puedan afirmarse y desenvolverse, son las condiciones sine qua non de posibilidad de que los distintos componentes del ideal clásico del socialismo (…) puedan ser alcanzados”.[
… “El término poco satisfactorio de ‘nuevos movimientos sociales’ — escriben los autores— amalgama una serie de luchas muy diversas: urbanas, ecológicas, antiautoritarias, anti institucionales, feministas, antirracistas, de minorías étnicas, regionales o sexuales. (…) Lo que nos interesa de estos nuevos movimientos sociales no es (…) su arbitraria agrupación en una categoría que los opondría a los de clase, sino la novedad de los mismos, en tanto que a través de ellos se articula esa rápida difusión de la conflictividad social a relaciones más y más numerosas, que es hoy día característica de las sociedades industriales avanzadas”. Nicolás Márquez y Agustín Laje. El Libro Negro de la Nueva Izquierda. Unión Editorial | Centro de Estudios LIBRE. 2016.
Otros teóricos post marxistas muy de moda en los años 60 del siglo pasado fueron los formuladores de la Teoría de la Dependencia, Las primeras ideas fueron desarrolladas por André Gunder Frank y luego por Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto que aseguraban que el subdesarrollo latinoamericano era producto de la subordinación de los países “periféricos” a las reglas del mercado establecidas por las grandes potencias del “centro”. Dicha teoría no hizo más que reforzar el fatalismo con un análisis victimista que intentaba culpar a otros de nuestros propios fracasos e incapacidades, producto de los vicios y valores culturales prevalecientes. Al final, los éxitos de otros países “periféricos” como los tigres asiáticos, echaron por el suelo esta teoría.
Más recientemente, entre los intelectuales que no se confiesan abiertamente como post marxistas pero que para efectos prácticos levantan las mismas banderas, tenemos personajes influyentes como Noam Chomsky, lingüista, quien recientemente dijo que la primera gran lección de la pandemia actual es que nos enfrentamos a “otro fracaso masivo y colosal de la versión neoliberal del capitalismo”; Joseph Stiglitz, economista estadounidense, recientemente escribió un artículo en el que dice que “La forma de globalización prescrita por el neoliberalismo dejó a individuos y a sociedades enteras incapacitados de controlar una parte importante de su propio destino.”; Thomas Piketty, economista francés, en su libro “Capital e Ideología”, dice que “la desigualdad tiene un origen ideológico y político” y que debe imponerse un impuesto del 90% sobre los más ricos; El teórico alemán Heinz Dieterich, ex asesor de Chávez y célebre académico del “socialismo del Siglo XXI”, escribe que no se trata de la búsqueda de un mítico “sujeto de liberación predeterminado, sino del reconocimiento de que los sujetos de liberación serán multiclasistas, pluriétnicos y de ambos géneros”; el filósofo y ex guerrillero boliviano Álvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia durante el mandato de Evo Morales, hace especialmente hincapié en la cuestión indigenista en concreto, y explica esta traslación del sujeto revolucionario dada entre el histórico “obrero explotado” al actual “indígena colonizado” a través del hilo conductor del marxismo.
Otros movimientos anti sistema tienen principalmente a organizaciones y no tanto a personas o intelectuales como referentes.
Otros movimientos anti sistema tienen principalmente a organizaciones y no tanto a personas o intelectuales como referentes. Un ejemplo de ello es Green Peace. Para Slavoj Žižek, filósofo esloveno, “la ecología está destinada a convertirse en lo que la religión era para Marx: el “opio de los pueblos”. La ecología aborda un problema real, el del capitalismo, desde un punto de vista engañoso. Con ese fin construye una falsa noción de “naturaleza” como un estado incontaminado por lo humano que debe ser descartada.” Filosofía Siglo XXI para Principiantes.
Otro ejemplo es Oxfam, enfocado en su campaña contra la desigualdad de ingresos y riqueza.
“Observan mil millones de seres humanos que surgen de la indigencia. En ninguna parte de su literatura, en las 600 páginas de Piketty o en el sitio web de Oxfam, hacen una pregunta muy simple: ¿qué fue lo que llevó a esto? Si están interesados en la pobreza, ¿empezarán diciendo: dónde se ha aliviado más la pobreza, qué ha pasado, qué ha provocado esto? No tienen ningún interés en esa pregunta. Por el contrario, si hicieran esa pregunta, descubrirían que es debido a las políticas de libre mercado, la liberalización, la privatización, la reducción del gasto público, la reducción del papel del gobierno y la liberación de los mercados. Eso no les interesa, porque va en contra de su sesgo ideológico. Oxfam tiene la temeridad de decirle a los países del mundo cómo gravar y cómo distribuir la riqueza, especialmente en los países donde hay menos pobreza, los países a los que todos los más pobres del mundo quieren emigrar.” Leon Louw. “Should We Be Obsessed with “Inequality”? En “AOC is Wrong” por Tom Woods.
El nuevo feminismo
El feminismo es básicamente un movimiento social que exige la igualdad de derechos de las mujeres y los hombres, lo cual es a todas luces encomiable. No es un movimiento político y en él han militado mujeres de diferente signo ideológico. Sus ideas y acciones han logrado grandes avances para el tratamiento justo y la igualdad de derechos de las mujeres.
Dentro del feminismo hay varias corrientes, una de ellas es el “feminismo radical”, que acaba por incurrir en el “hembrismo”, es decir, el desprecio y la discriminación hacia el hombre y lo que este representa. Mezclada con esta corriente están las feministas que proponen acabar con el “patriarcado” a través de una revolución social. El segmento ateo identifica a la Iglesia Católica como un bastión de ese “patriarcado”. Las quemas de iglesias en Chile en 2019 mostraron el grado de violencia al que llegan a recurrir.
Sin embargo, desde hace más de un siglo, el feminismo también ha sido utilizado por los marxistas para impulsar su agenda anti sistema. Para ilustrar algunos conceptos principales del “feminismo marxista”, están estos párrafos explicados por una marxista.
La obra de Simone de Beauvoir “El segundo sexo” (1949) introduce, en plena euforia de un capitalismo de guerra fría que proclamaba el fin de la Historia, el cuestionamiento de que la incorporación de las mujeres al trabajo abriera un camino de progreso continuado que culminara en su liberación. Su obra tiene el valor de reintroducir en el debate político la denuncia del patriarcado en un modelo capitalista occidental que mantenía intacta la dominación de clase, el expolio de las materias primas de los pueblos de la periferia y las guerras imperialistas.
Lo más fecundo del pensamiento feminista radical de esa época supo utilizar eficazmente las herramientas teóricas del marxismo, del psicoanálisis, de la lucha contra el racismo y del anticolonialismo de las y los condenados de la tierra. En este ámbito es clave la obra de dos mujeres: Kate Millet y “Política Sexual” y Sulamit Firestone y su “Dialéctica de la sexualidad”.
En ellas analizan las relaciones de poder que estructuran la familia, la sexualidad y la opresión racial. Su lema “lo personal es político” saca a la luz los pilares ideológicos de la dominación y su relación con estructuras que perpetúan al mismo tiempo la opresión de clase, de género y la dominación sobre los pueblos.
… destaca la obra de Silvia Federici “la reconstrucción de la historia de las mujeres o la mirada de la Historia desde el punto de vista femenino implica una redefinición de las categorías históricas aceptadas, que visibilice las estructuras ocultas de dominación y explotación”.
… La crisis estructural del capitalismo y su desesperada búsqueda de nichos de beneficio saca otra vez a escena nuevas/viejas formas de acumulación de capital en el que las relaciones de opresión y explotación se entrecruzan: esclavismo, patriarcado, racismo, dominación cultural y lucha de clases.
La lucha internacionalista que inevitablemente se enfrenta a vida o muerte a la necesidad de destruir el capitalismo y construir el socialismo debe ser obrera, mujer, de todas las razas y de los pueblos por sus derechos nacionales. Ángeles Maestro. Feminismo marxista. Notas acerca de un proceso en construcción. 2013.
El marxismo cultural es entonces una transformación de la teoría marxista clásica para perseguir el mismo fin, la colectivización de la sociedad mediante la destrucción de la democracia, la propiedad individual y el libre mercado. Las revoluciones mediante luchas guerrilleras o golpes de estado ya no son aceptados por la comunidad internacional como medios legítimos para hacerse del poder. De ahí que la izquierda ha estado usando a movimientos sociales de diferentes tipos para alcanzar el mismo objetivo. El lobo disfrazado con piel de oveja.
Espero que después de haber leído este artículo se haya entendido el concepto de marxismo cultural, el cual no es un mito o una teoría conspirativa, sino un concepto que amalgama diversas corrientes posteriores que reemplazan al marxismo clásico ante el evidente fracaso del mismo como teoría “científica” para explicar la dinámica económica y social, el consecuente abandono de sus vaticinios sobre el derrumbe auto ocasionado del capitalismo y la necesidad de encontrar otras vías para perseguir el mismo fin.
Arturo J. Solórzano
Junio, 2020