El populismo es uno de esos términos que -como el neoliberalismo– “se ha convertido en un cajón de sastre empleado por un gran número de profesionales de la comunicación, la disciplina politológica o la economía” tomando las palabras de Eduardo Fernández Luiña, en su ensayo “Los Movimientos Populistas” (2016) en el cual realiza un análisis de este fenómeno. En su publicación toma elementos del documento de trabajo de Susanne Gratius, “La “tercera ola populista” de América Latina” (2007) que afirma que “Aunque sus orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XIX en Rusia y Estados Unidos (EE.UU.), en la actualidad, el populismo es ante todo un fenómeno latinoamericano.
He incluido este tema debido a su fuerte vinculación con el fenómeno del totalitarismo y el autoritarismo y que se inicia con la manipulación de las masas por líderes carismáticos, la mayoría demagogos, que ofrecen dar respuestas a sentidas demandas populares, llegando al poder por el voto popular en el marco de un sistema democrático, pero una vez que logran el poder se proponen a desmantelar el sistema, para seguir gobernando.
El populismo no es exclusivo de la izquierda, “es una lógica de acción política en la que están involucrados políticos e intelectuales de izquierda y de derecha” (Fernández), pero han sido más numerosos los casos en que los políticos de izquierda han utilizado la retórica populista hasta concluir en la instauración de regímenes populistas autoritarios e implementado políticas socialistas.
Axel Kaiser y Gloria Álvarez identifican cinco elementos característicos del populismo:
Existen al menos cinco desviaciones que configuran la mentalidad populista y que es necesario analizar para entender el engaño que debemos enfrentar y superar. La primera es un desprecio por la libertad individual y una correspondiente idolatría por el Estado, lo cual emparenta a nuestros populistas socialistas con populistas totalitarios como Hitler y Mussolini. La segunda es el complejo de víctima, según el cual todos nuestros males han sido siempre culpa de otros, y nunca de nuestra propia incapacidad para desarrollar instituciones que nos permitan salir adelante. La tercera, relacionada con la anterior, es la paranoia «antineoliberal», según la cual, el neoliberalismo —o cualquier cosa relacionada con el libre mercado— es el origen último de nuestra miseria. La cuarta es la pretensión democrática con la que el populismo se viste para intentar darle legitimidad a su proyecto de concentración del poder. La quinta es la obsesión igualitarista, que se utiliza como pretexto para incrementar el poder del Estado y, así, enriquecer al grupo político en el poder a expensas de las poblaciones, beneficiando también a los amigos del populista y abriendo las puertas de par en par a una desatada corrupción. Axel Kaiser y Gloria Álvarez. El engaño populista. 2016.
Gratius define tres olas de regímenes populistas en América Latina:
- Lo que llama “nacional–populismo”. En este primer grupo están los regímenes populistas anteriores a 1975: Juan Domingo Perón en Argentina (1946-1955; 1973-1974), Getúlio Vargas en Brasil (1930-1945; 1951-1954) o Rómulo Betancourt en Venezuela (1945- 1948; 1959-1964).
- El populismo de derechas o “neopopulismo”. En este grupo incluye los regímenes de Carlos Menem en Argentina (1989-1999) y Alberto Fujimori en Perú (1990- 2000).
- El populismo de izquierdas del siglo XXI. En este grupo están los regímenes populistas del autollamado “Socialismo del Siglo XXI” Hugo Chávez en Venezuela, la derrotada Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, el indigenista Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador o el sandinista Daniel Ortega en Nicaragua.
Las características comunes de los regímenes populistas de izquierdas o del “Socialismo del Siglo XXI” son las siguientes, según Gratius:
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- Inventar símbolos colectivos. El culto a la historia política de la nación, culto a los próceres de la independencia –como Bolívar [como Bolívar [y revolucionarios como Sandino] y culto a determinados movimientos sociales como pueden ser los sindicatos.
- Crear movimientos propios, como, por ejemplo, el peronismo [el sandinismo] o el chavismo.
- Difamar a la “oligarquía nacional”. Aquellos individuos o grupos organizados que no ingresan en la definición de pueblo. [Estos son caracterizados como enemigos internos]
- Cambiar las instituciones, incluyendo la constitución.
- Estatizar la economía.
- Aumentar del gasto dedicado a proyectos “sociales” que favorecen el clientelismo político y el culto a la figura del líder y su gobierno.
- Actuar con y contra la religión.
- Defender la independencia y la soberanía [La realidad ha demostrado que es más demagogia que principios aplicados].
- Buscar enemigos externos.
Según Fernández, los regímenes populistas presuponen la existencia previa “de un sistema liberal-democrático con sufragio pasivo y activo universalmente habilitado” y un “descontento generalizado con una situación político-social determinada”. Esto implica que hay un sistema democrático en el que el líder populista participa, en el marco de las leyes vigentes.
Su liderazgo carismático es construido generalmente en base al discurso demagógico, prometiendo el fin de los problemas económicos y sociales que aquejan a la población descontenta. En esto no se diferencia mucho de cualquier otro político, puesto que casi todos, en general, buscan atraer simpatizantes y obtener votos prometiendo el cielo en la tierra. Los políticos responsables que se atreven a sincerarse en sus plataformas políticas electorales, generalmente pierden las elecciones.
Por lo tanto, y a modo de resumen, podríamos sintetizar los pasos populistas de la siguiente forma:
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- Liderazgo carismático. Se necesita un líder o un grupo pequeño de líderes que guíen el proceso. La política, aunque suene contraintuitivo, es un ejercicio minoritario, de élites. El populista construye su imagen y son pocos los individuos que están a su alrededor participando en la toma real de decisiones.
- Fusión entre líder y pueblo. El líder edificará un discurso que evidencie la fusión con el conjunto de los ciudadanos. Dicha fusión facilitará la concentración y centralización de poder en el ejecutivo.
- Erosión total o parcial de la división de poderes y de la estructura de derechos y libertades liberales clásicas. El proceso de concentración y centralización de poder facilitará la destrucción del sistema tal y como lo conocíamos.
Axel Kaiser y Gloria Álvarez caracterizan la mentalidad y las políticas populistas en los siguientes párrafos. En primer lugar, refiriéndose a la visión que el populista tiene del Estado y las políticas que pone en marcha:
En la mentalidad populista se espera siempre de otro la solución a los problemas propios, pues se hace siempre a otro responsable de ellos. Es la lógica del recibir sin dar, y, ante todo, es esa cultura según la cual el gobierno debe cumplir el rol de providente y encargado de satisfacer todas las necesidades humanas imaginables.
… La mentalidad populista es liberticida. Es improbable ver a un líder populista diciendo que va a privatizar empresas estatales, que va garantizar la independencia del banco central y la prensa, que va a reducir impuestos, que va a reducir el gasto estatal o que va a recortar beneficios a la población para estabilizar las cuentas fiscales. Tampoco se ha visto a un populista expandir el espacio de libertad civil y cultural de las personas ni reconocer la individualidad de ellas. Al contrario, las diluye en la masa y las desconoce, homogeneizándolas y valorándolas sólo como parte de la muchedumbre. Las promesas siempre son todo lo contrario: utilizar el aparataje del poder estatal para supuestamente elevar al «pueblo» a un mayor nivel de bienestar mediante regalos y prebendas de distinto tipo.
… un Estado gigantesco que se mete en todo y lo controla todo; masiva redistribución de riqueza a través de altísimos impuestos y regulaciones que obligan a los privados a asumir roles fiscalizadores más otros que no les corresponden. Y sumemos otras: altas tasas de inflación, producto de la monetización del gasto estatal; controles de capitales para evitar que los dólares se vayan del país; discrecionalidad de la autoridad en todo orden de asuntos económicos, lo que implica la desaparición del Estado de derecho; burocracias gigantescas e ineficientes; deuda estatal creciente; caída de la inversión privada; incremento del desempleo; corrupción galopante; aumento del riesgo país; deterioro del derecho de propiedad y de la seguridad pública; privilegios especiales a grupos de interés asociados al poder político, y creación de empresas estatales totalmente ineficientes.
Nada de lo anterior es un fenómeno exclusivamente latinoamericano, por cierto. El nazismo alemán y el fascismo italiano, por ejemplo, …, también fueron movimientos populistas que hicieron del odio a la libertad individual y de la adoración del Estado su propulsor fundamental. Lo cierto es que, más allá de la complejidad de la comparaciones, ideológicamente, gente como Mussolini, Hitler, Stalin y Mao estuvieron en la misma trayectoria de un Chávez, Perón, Castro, Iglesias, Allende, Maduro, Morales, [Ortega,] Correa, López Obrador, Kirchner y Bachelet (esta última en su segundo gobierno, en el cual implementó un programa refundacional con el objetivo de terminar el exitoso sistema de libertades prevaleciente por más de tres décadas). Guardando las distancias históricas y culturales, el elemento ideológico antiliberal, anti individualista y anticapitalista radical fue tan de la esencia del nazismo y del fascismo como lo es del socialismo populista del pasado y del socialismo del siglo XXI.
Otro rasgo del populismo es su acendrado victimismo. La imagen de víctima de los “enemigos” identificados como el capitalismo, el neoliberalismo y el imperialismo, es una de sus creencias que busca como infundir en la gente. De ahí que el populista sea anti capitalista, anti neoliberal y anti imperialista. Sobre este aspecto, Kaiser y Álvarez dicen lo siguiente:
Un rasgo esencial de la mentalidad populista ha sido siempre —y continúa siendo— el culpar de todos los males de la sociedad a otros: a los ricos, a los gringos, al capitalismo o la CIA. Difícilmente un líder latinoamericano o europeo populista dirá: «En realidad hemos fracasado en resolver nuestros problemas porque no hemos sido capaces de crear las instituciones que nos saquen adelante». Como hemos dicho, el líder populista fomenta sobre esa base el odio de clases y el resentimiento en contra de algún supuesto enemigo interno y/o externo que conspira para mantenernos en la pobreza y el subdesarrollo. En pocas palabras, siempre somos víctimas y, por tanto, necesitamos de un «salvador» que ponga fin a la conspiración conjunta de las oligarquías nacionales y los perversos intereses capitalistas internacionales.
… La tesis central de [la teoría de la dependencia] seguía la idea estructuralista de centro y periferia de Prebisch, añadiendo el paradigma de Lenin y Rosa Luxemburg, según el cual los países desarrollados «explotaban» a los subdesarrollados del mismo modo en que los capitalistas explotaban a los proletarios. [Más adelante se ofrece una ampliación de esta teoría].
Las ideas de gente como Prebisch y Frank tuvieron un alto impacto en el imaginario colectivo de la región, y, por cierto, no se quedaron en textos académicos de alta complejidad. La misma tesis de que los latinoamericanos somos pobres víctimas explotadas fueron las que popularizó el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su best seller Las venas abiertas de América Latina. [Poco antes de morir Galeano renegó de esta obra. Dijo que cuando la escribió no sabía nada de economía. Posteriormente, Carlos Alberto Montaner escribiría Las raíces torcidas de América Latina, que, además de refutar la teoría victimizante de la dependencia, se ampliaba sobre varios aspectos que inciden en el subdesarrollo latinoamericano.].
La faceta más peligrosa del populismo es su carácter anti democrático. Cuando el populista usa esta palabra distorsiona su verdadero significado para acomodarla a sus intereses autoritarios, pervirtiendo y avasallando las instituciones democráticas.
Hace ya varias décadas, Carlos Rangel advirtió de que uno de los éxitos más lamentables del marxismo en Latinoamérica había sido erosionar el concepto formal de democracia representativa y los principios de la revolución liberal.[79] Pocos análisis pueden ser más pertinentes para entender la naturaleza de la mentalidad populista que el uso y abuso que esta hace de la idea de democracia, de las instituciones y de los mecanismos plebiscitarios para concentrar el poder en el Estado y destruir las instituciones republicanas.
… En América Latina, lamentablemente, no triunfó la democracia liberal más que por un breve período en el mejor de los casos. En la región latinoamericana y en España, la democracia como concepto es utilizada hoy como una mascarada, una verdadera farsa para avanzar proyectos populistas que buscan apariencia de legitimidad popular. En ninguna parte se presenta una preocupación seria por los límites al poder del Estado, por el Estado de derecho, la protección de derechos personales e individuales, la existencia de una prensa realmente libre y una sociedad civil capaz de articularse para enfrentar los abusos del poder. He ahí el impacto que el ideal marxista de democracia denunciado por Rangel ha tenido sobre nuestros países.
…No hay ningún líder caudillista o totalitario socialista de la región latinoamericana que no haya llevado a cabo su programa de demolición institucional sin ponerle la etiqueta de «democrático», e incluso, en los casos más recientes, como los de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, se han justificado los proyectos de concentración de poder bajo el pretexto de que son «democráticos» porque el pueblo así lo quiere. Nuevamente, en este aspecto, Venezuela, país convertido hace años en dictadura —o en «autocracia electoral», para usar el término que emplea el índice de transformación de Bertelsmann Stiftung—,[80] ha marcado el paso. Chávez llegó al poder ganando limpiamente las elecciones de 1998, y de ahí en adelante todo su programa se concentró en mantener la fachada democrática para consolidar una dictadura. Creó una nueva Constitución que también sometió a referéndum y que sirvió de base para liquidar la independencia de los poderes del Estado, especialmente el judicial, hoy completamente alineado con el régimen. Igualmente, la Asamblea Nacional pasó a ser un mero «buzón» de Chávez, aprobando todas sus iniciativas, algo que más tarde no le fue ya necesario, porque se impuso el gobierno por decreto, como en toda dictadura. [Este guión ha sido seguido por los regímenes llamados del “Socialismo del Siglo XXI“].
La siguiente característica del populismo es su obsesión por la igualdad material, es decir, igualdad de ingresos y riqueza, cuya fuente es la doctrina marxista. En ningún modo significa igualdad de oportunidades, igualdad ante la ley o igualdad de derechos, como en la doctrina liberal.
En América Latina, dada la aplastante influencia marxista, el discurso populista derivado de ella ha puesto siempre el énfasis central en la idea de igualdad material. Si la teoría de la dependencia y el estructuralismo promovidos por la CEPAL se basaban en que había una enorme desigualdad entre los países desarrollados y los latinoamericanos, que los primeros explotaban en su beneficio y que había oligarquías que, coludidas con el capitalismo internacional, explotaban a los pueblos de la región, la argumentación populista de hoy no es muy distinta. Siempre se alega que hay un grupo que tiene demasiado, y otro, muy poco, y por tanto debe confiscarse al que tiene más para repartir.
…No cabe duda, por supuesto, de que en nuestros países existen élites empresariales y sindicales bastante corruptas que han buscado enriquecerse mediante sus contactos con el poder político y utilizando los privilegios que así pueden obtener. Pero hay menos dudas aun de que cada vez que el populista llega al poder para hacer «más iguales» a todos, lo que hace es concentrar el poder en sus manos incrementando la desigualdad y condenando a la población a mayor miseria material.
Ellos [los líderes populistas] …se hicieron millonarios mientras pontificaban sobre la igualdad. … hacen de la igualdad su gran bandera de lucha mientras se llenan los bolsillos. ¿Cómo puede ocurrir esto? La respuesta la daría, una vez más, George Orwell en su célebre Rebelión en la granja. Al final —viene a decir Orwell—, los predicadores de la igualdad que lideran la revolución, en realidad, lo que quieren no es abolir los privilegios, sino transferírselos a sí mismos y asegurárselos para siempre. Entonces el régimen que vienen a instaurar es mucho más radical y crudo que el anterior, porque ahora ellos deben asegurarse de que no les pase lo mismo que a quienes desbancaron. Axel Kaiser y Gloria Álvarez. El engaño populista. 2016.
La idea de beneficiar a los más pobres no es reprochable, sino al contrario. La mayoría de las políticas populistas se orientan a entregar subsidios estatales indiscriminados. Algunos de ellos benefician por igual a pobres y ricos. Es el caso de subsidios como los aplicados a los combustibles, que crean distorsiones de precios en la economía, como en el caso de Venezuela, donde cuesta lo mismo llenar el tanque de un auto de gasolina que comprar una libra de arroz, induciendo el despilfarro de combustibles; o como el reciente caso de Ecuador, donde la eliminación de tales subsidios provocó una airada revuelta azuzada por la izquierda.
Los subsidios conducen a generar dependencia en quienes los reciben y poco les ayuda a salir de la pobreza. Un famoso refrán dice que es mejor enseñar a alguien a pescar en vez de regalarle un pescado. Hay subsidios específicos que sí pueden ayudar a la gente a salir de la pobreza, como los orientados a la educación, salud y nutrición, especialmente para los niños. Este tipo de subsidios, más que un gasto, es una inversión para mejorar el futuro de los beneficiados.
A simple vista, pareciera que la ignorancia populista del funcionamiento de la economía es infinita, ya que se desentienden de los efectos nocivos de los subsidios. Pareciera que no entienden que para que el Estado pueda repartir beneficios primero hay que generar ingresos fiscales que sean sostenibles, es decir, contar con un aparato productivo capaz de generar suficientes ganancias que puedan ser gravadas con impuestos.
Sin embargo, no es esa su prioridad, sino repartir beneficios a cuenta de los fondos del Estado, sin importar de dónde sale la plata, que al final debe provenir de impuestos o deuda pública. Como cargar más impuestos a las empresas o productores es generalmente insuficiente o contraproducente, en la mayoría de los casos se recurre al endeudamiento irresponsable. Para ellos, lo que importa es gastar el dinero en subsidios y dádivas para satisfacer a la clientela, no importando hipotecar el futuro del país. Cuando se agotan las fuentes de préstamos, de manera irresponsable se recurre a imprimir dinero, generando inflación, y todos sabemos que la inflación es como un impuesto indiscriminado que a quienes más afecta es a los más pobres, conduciéndolos a la miseria.
Tal parece que este simple razonamiento no es entendible para los populistas, a menos que sí lo entiendan pero sus razones verdaderas son ocultadas: los efectos negativos, con las desastrosas consecuencias para la economía y para los pobres no importan porque no se dan a corto plazo. Lo que importa es conservar el poder a toda costa, mientras se logra extraer dinero para enriquecerse, pues para cuando eso suceda, ya tendrán listos los discursos para echar la culpa del desastre a los imaginarios enemigos de siempre y ellos estarán forrados de la plata suficiente que los inmuniza de vivir las desgracias que vive el pueblo o dejar que un nuevo gobierno resuelva el desastre que ellos crearon. Esa ha sido la historia recurrente en Latinoamérica.
Arturo J. Solórzano
Noviembre, 2019